Ramayana: La Historia del Rey Rama
El épico más querido en la India resumido y ricamente ilustrado.
“¡Cuidado! ¡Ese es el hombre que hurta a los que transitan por la calle de noche!”, era lo que decían las personas cuando veían a aquel hombre de barba y semblante poco amistoso. No solo era aficionado al robo, sino que también pesaba en su historia la muerte de muchas personas. Debido a su comportamiento criminal, sus ojos no tenían brillo, y su hablar desconocía las palabras agradables.
Un día, sin embargo, un gran santo de nombre Narada Muni se apiadó de él. Narada Muni, en su atuendo color azafrán y volando por el cielo con su inconfundible instrumento musical, fue hasta el pobre hombre y conversó con él: “Mira cuán triste es tu situación: las personas se apartan temerosas al ver tu persona. Aun así, tengo la cura para el mal que te aqueja: sencillamente canta el nombre del Supremo, aquel que ama a todas las entidades vivientes, con lo cual, tu corazón se purificará. Canta ‘¡Rama!, ¡Rama!, ¡Rama!’. ¡Verás que tu corazón quedará limpio como un lago de cisnes!”.
La instrucción disgustó al hombre. “Mi vida siempre estuvo marcada por la muerte, ¿qué relación tengo yo con el nombre del Señor Supremo, el amigo de todas las entidades vivientes?”. Narada Muni, entonces, cambió hábilmente su pedido y dijo: “Ya que encuentras placer en matar, canta el nombre del semidiós de la muerte, Mara”. El hombre caído aceptó el consejo del santo, y cantó todo el tiempo: “¡Mara!, ¡Mara!, ¡Mara!”. Sin embargo, aquello era un truco del gran sabio Narada. Al cantar MaraMaraMaraMara en forma encadenada, invirtió el orden de las sílabas y finalmente cantó el nombre de Dios: RamaRamaRama. Así, por la misericordia combinada del representante de Dios y de Dios, en la forma de Su nombre, aquel corazón se volvió puro.
Cantando el santo nombre del Supremo Señor Rama, entró en profunda meditación. Tan consagrado a la meditación estaba, que las hormigas junto a él pensaron que se trataba de un árbol y construyeron un hormiguero sobre él. Cuando despertó de su meditación y salió del hormiguero, todos comenzaron a llamarlo Valmiki, “aquel que salió del hormiguero”. Entonces, con su corazón completamente purificado, Valmiki cumplió la misión encomendada: contar las glorias del Señor Supremo, el Señor Rama, en el libro Ramayana.
El Ramayana es un libro muy antiguo y aclamado, el cual versa sobre una encarnación, o avatar, de Dios, el Señor Supremo. Esa encarnación, conocida como Ramacandra, o simplemente Rama, vino a la Tierra hace mucho tiempo atrás. En cuanto exhibía el comportamiento ideal de un rey santo, Su vida afrontó grandes tribulaciones, actos de heroísmo y romance.
Esta historia describe las maravillosas cualidades de Rama. Puesto que Rama era completamente puro y el verdadero amigo de todos, el pueblo del reino de Su padre estaba ansioso por el día en que fuera coronado el próximo rey. Sin embargo Rama no sería coronado debido a las artimañas de una envidiosa mujer. En vez de convertirse en rey, Rama fue exiliado al bosque por muchísimos años. Durante su estancia en la selva, donde vivió junto a Su hermano Laksmana y Su esposa Sita, un terrible demonio, Ravana (el demonio de diez cabezas), raptó a Su amada esposa. Residir fuera de Su reino le resultaba sencillo, pero Rama sufrió mucho ante la pérdida de Su esposa, Sita. ¿Cómo podría Ramacandra rescatar a Su esposa viviendo en el bosque, sin ejército alguno? Para poder hacerlo, Ramacandra buscó la ayuda de una raza de monos inteligentes, y un gran asalto habría de producirse… Pero es mejor comenzar desde el principio.
El nacimiento y los estudios del Señor Rama
Mucho tiempo atrás, existió un rey llamado Dasharatha. Desde la terraza de su palacio, Dasharatha observaba su magnífico reino —Ayodhya. Reyes y príncipes entraban al palacio para pagar sus impuestos, y, a lo lejos, el rey veía a los ciudadanos cabalgando por carreteras impecables. Otros ciudadanos se hallaban sentados en las plazas repletas de árboles de mango y canteros de flores multicolores. Volando por encima de la ciudad, el rey veía también las aeronaves de oro de las esposas de los semidioses.
A pesar de todo, el rey era un hombre taciturno. Dasaratha era hijo, nieto y bisnieto de grandes reyes, y su linaje comenzaba con el gran rey Manu, quien había fundado aquella ciudad. Cuando Dasharatha pensaba en los reyes que aparecieron previamente en su familia, se entristecía aún más.
El abatimiento de Dasaratha se debía a que el destino no le había obsequiado siquiera un descendiente. Por causas desconocidas, ninguna de sus esposas concebía. El rey, en su aflicción, convocó por fin a los sabios de la ciudad para oír sus consejos sobre cómo hacer frente a aquella realidad perturbadora. El mejor de los sabios, dijo: “Estimado rey Dasaratha, sé que Vuestra Majestad tendrá un gran hijo muy pronto. Todo ha sido arreglado por el Controlador Supremo. Para que el hijo de Vuestra Majestad nazca sin demora, haremos una ceremonia a orillas del río Sarayu. Vuestra Majestad ya no debe tener ninguna ansiedad”.
El rey proveyó todo lo necesario para la ceremonia, y el fuego sagrado fue encendido por los competentes sabios. Luego que todo fuera hecho a la perfección, el rey quedó a la espera de alguna señal divina. ¿Habría fracasado la ceremonia? Aquella ceremonia ofrecida a Dios era la última esperanza del monarca. ¿Ni siquiera así obtendría un hijo?
Repentinamente, surgió una personalidad magnífica del fuego sagrado. Brillando como el Sol de la tarde, la personalidad dijo: “Rey Dasaratha, soy un mensajero de los cielos y traigo la nueva de que Dios está satisfecho con tu sinceridad y esfuerzo. Dios descenderá personalmente como tu hijo recién nacido y no solo eso, vendrá con tres asociados, quienes serán los hijos menores de Vuestra Majestad”.
El mensajero entregó al rey una pequeña vasija de arroz dulce. “Pide a vuestras esposas que coman este arroz, tras lo cual concebirán y el reino de Vuestra Majestad tendrá príncipes para dar continuidad al linaje real”.
El rey Dasaratha era un hombre nuevo, ahora dichoso. Con la ayuda de personas piadosas, obtuvo la bendición de ver a sus esposas embarazadas. Transcurrido un tiempo, nació el pequeño Ramacandra, así como Su hermanos, llamados Laksmana, Satrughna y Bharata.
A medida que crecían, los jóvenes manifestaban todas las buenas cualidades. Rama era particularmente notable: aunque habilidoso como un tigre y elegante e imponente como un león, era sereno como un lago, humilde como la hierba y sabio como un libro antiguo.
Los jóvenes aprendieron de diferentes maestros como utilizar las armas para defender a los inocentes, y se educaron también en la ciencia de la distribución de alimentos entre la población. Los príncipes aprendieron, principalmente, como transmitir valores religiosos al pueblo. Ningún rey puede impedir que los ciudadanos de su reino mueran, de ahí la obligación del rey de educar a las personas en el camino religioso, camino que conduce a la inmortalidad, a la libertad del ciclo de nacimientos y muertes.
Los héroes de Ayodhya
Cuando Rama y Laksmana eran todavía muy jóvenes, el sabio Visvamitra les pidió ayuda. El rey Dasaratha hallaba que sus hijos eran todavía jóvenes para el combate, pero Visvamitra insistió: “¿Acaso Vuestra Majestad no sabe que Rama es el Señor Supremo? Vuestra Majestad nada debe temer. Él ciertamente podrá ayudarnos sin ninguna dificultad”.
El sabio Visvamitra, en compañía de otros grandes maestros espirituales, trataba de realizar un sacrificio de adoración a Dios, pero los poderosos demonios comedores de carne siempre perturbaban sus ceremonias. La meta de las prácticas religiosas era traer paz al mundo, pero durante el ocaso los demonios atacaban y contaminaban el lugar del sacrificio arrojando impurezas tales como sangre y huesos.
Rama y Laksmana habían sido muy bien entrenados en el uso de las armas para proteger a las personas santas y de buena conducta. Así, Rama y Laksmana fueron hasta los sabios necesitados de ayuda. Una vez allí, sin ninguna dificultad, arrojaron a los demonios al mar valiéndose de sus arcos y flechas.
El gran casamiento
Dasaratha deseaba encontrar esposas apropiadas para sus hijos, puesto que una esposa educada y un hombre religioso es una excelente combinación. El sabio Visvamitra conocía el deseo de Dasaratha de casar a sus hijos, por lo que, tras salvar a los sabios de la amenaza a sus prácticas religiosas, Rama y Laksmana fueron conducidos por Visvamitra al reino de Mithila. En ese reino, el rey santo llamado Janaka proponía un desafío para elegir al esposo de su hija Sita. El desafío que debía afrontar el hombre que desposaría a su hija —perfecta en todo lo que hacía— consistía en tener la fortaleza suficiente como para levantar un arco gigantesco. Además de levantar el colosal arco, antes perteneciente a Shiva, el príncipe que aceptara el desafío debía encordar el arco.
El arco era mágicamente pesado. En efecto, era tan pesado que se necesitaban trescientos hombres para empujar la caja en la cual estaba guardado. El rey Janaka sabía cuán especial era su hija Sita, de ahí que el desafío fuera tan arduo. Hasta aquel día, nadie había podido siquiera levantar el arco. Nadie excepto la propia Sita, quien cierta vez fue vista levantando el arco despreocupadamente para limpiar el polvo debajo de él…
En aquella ceremonia del desafío de levantar el arco y encordarlo, muchos fracasaron, algunos de manera vergonzosa. Por fin, Rama se encaminó hacia el arco. Y, sin ningún esfuerzo, levantó el arco, para sorpresa del público. Y no solo lo levantó sin dificultad, sino que lo dobló tanto para colocarle la cuerda que el arma se partió al medio.
El gran estallido producido por la rotura del arco hizo que todos en la asamblea cayeran hacia atrás. Sita, muy feliz por el esposo que acababa de obtener su mano, exhibió su felicidad obsequiándole a Rama una guirnalda de flores frescas.
También se seleccionaron esposas para Laksmana y los otros dos hijos del rey Dasaratha. Un bello casamiento con ceremonia de fuego se organizó para las cuatro parejas.
Rama es la Suprema Personalidad de Dios, y Sita es la Diosa de la Fortuna, el aspecto femenino de Dios. Ellos parecían casarse en aquel evento pero, en verdad, la relación entre ambos es eterna.
Ya casado, el Señor Ramacandra regresó con todos para Su reino, Ayodhya, donde los días pasaron alegremente. El rey Dasaratha, ya anciano, decidió retirarse de las obligaciones reales y transferir la corona a Rama, dado que este portaba todas las cualidades de un líder perfecto: virtuoso, justo, autocontrolado, preocupado por el bienestar ajeno. La ciudad se regocijó por la noticia e hizo preparativos para el gran festival.
La envidiosa Kaikeyi
“Pasa los banderines por aquí”; “¿por qué no colocamos estas hojas del bananero más acá, junto a las hojas del manguero?”; “¿quién está haciendo las guirnaldas de flores para los sabios?”; “¿has visto la guirnalda de flores de Sita?”; “¡hermosa combinación de colores!”; “No puedo esperar para ver la ropa que ella usará ese día!”.
El entusiasmo de los ciudadanos era inmenso por aquel gran día en que Rama sería coronado. Ese sería el mejor y más memorable festival de todos los tiempos. Mujeres, ancianos, niños —todos cooperaban para que el reino de Ayodhya estuviese bellísimo para el día tan esperado.
Alguien, sin embargo, no estaba alegre por el hecho de que Rama fuera coronado. Esa persona insatisfecha era la reina Kaikeyi, influenciada por la mala compañía de su envidiosa criada jorobada.
El rey Dasaratha tenía tres esposas, lo cual era común en tiempos remotos pues existían más mujeres que hombres (demasiadas muertes durante las guerras, en aquel entonces muy frecuentes). Kaikeyi era la esposa más joven de Dasaratha y también su favorita, y quería que su propio hijo fuera coronado en vez de Rama. Cuando Kaikeyi recordó, gracias a su envidiosa criada, que el rey le debía dos favores, no dudó en solicitarlos. Al ver a su amada esposa descontenta, Dasaratha dijo que atendería sus pedidos de inmediato. Ella entonces pidió: “Concédeme el favor de coronar rey a mi hijo Bharata en lugar de Rama, y obliga a Rama a vivir en el bosque por doce años, para que no intente tomar el reino de mi hijo”.
Dasaratha no podía deshacer su promesa de concederle dos favores a Kaikeyi, y Kaikeyi no abandonaría el deseo orgulloso y egoísta de ver a su hijo como rey. El corazón de Dasaratha parecía partirse al medio. Rama, sin embargo, aceptó el exilio en el bosque sin lamentarse, ya que su placer reposaba en el cumplimiento del dharma, en el cumplimiento del deber, que ahora lo llamaba a honrar la palabra de Su padre. Su hermano Laksmana y Su esposa Sita insistieron en acompañarlo al bosque durante los doce años que debía pasar allí. Kaikeyi, ansiosa por su partida inmediata, rápidamente les proveyó atuendos a los tres hechos con cortezas de árboles.
Tal era el amor por el Señor Rama, que los ciudadanos de Ayodhya desearon dejar la ciudad para ir a vivir al bosque junto a Él, Su hermano y Su esposa, razón por la cual Los siguieron hasta la entrada del bosque. Cuando cayó la noche y todos se durmieron, Sita, Rama y Laksmana aprovecharon la oportunidad para partir hacia la selva. De otro modo, el pueblo de Ayodhya jamás los dejaría.
El bosque y los demonios
Después de cruzar un río, llegaron finalmente al bosque, dejando atrás a todos los amigos y parientes a fin de cumplir la palabra de Dasaratha. Al llegar al bosque, Rama se sintió apenado por ver a Sita en un lugar tan inhóspito, pero estaba satisfecho por hacer lo que sabía que era Su responsabilidad religiosa para con Su padre. Oyendo los sonidos del bosque, Rama pensó: “El sonido que resuena en este bosque es el canto de los pájaros, los gritos de los monos, el bramar de las osas y el rugir de los tigres. El sonido que se esparce ahora en Ayodhya ciertamente es el sonido del llanto de hombres virtuosos y de mujeres castas, pero todos tienen que vivir su destino”.
Lentamente, los tres entraron en el bosque donde tendrían que vivir los próximos años. Sita caminaba protegida en medio de los dos hermanos guerreros.
No tardó mucho en aparecer el primer gran peligro de su estancia en el bosque, un indicativo de que serían doce años que requerirían mucha superación personal. El primer gran demonio que encontraron fue el terrible Viradha, que tenía una apariencia monstruosa y llevaba cabezas de animales atadas a su lanza. Lleno de vanidad, Viradha dijo a Rama y a Laksmana: “Mi nombre es Viradha, el terrible comedor de personas de este bosque. Por vuestro bien, iros inmediatamente. ¡No tratéis de enfrentarme, pues soy inmune a cualquier arma que exista en este mundo! ¡Dadme a la princesa y os dejaré ir! ¡La tomaré por esposa y quedaré satisfecho!”.
Rama Se exasperó y Sus ojos se enrojecieron como sangre. “¡Tonto patético!”, dijo Rama. “Obviamente, anhelas residir en la morada de la muerte. ¡Por lo tanto, he de enviarte ahí sin demora!”. Tras decir estas palabras con voz de trueno, Rama lanzó contra el demonio siete flechas doradas, liberándolo de su perversidad.
Terminado el episodio de la salvación del demonio Viradha, Laksmana construyó una cabaña para Sita y Rama, donde todos vivieron una vida simple y humilde por muchos años. Los sabios y maestros espirituales del bosque cercano a la cabaña frecuentemente los visitaban para pedirles protección de los terribles demonios que se convertían en obstáculos en su vida religiosa. Rama y Laksmana jamás eran violentos por pasión o en defensa de intereses egoístas, sino que estaban dispuestos a castigar con Sus armas a quienes vulneraran la rectitud sacramental.
Un día, una demonia llamada Surpanakha casualmente pasaba cerca de la cabaña. Escondida detrás de los árboles, deseaba ser la esposa de Rama. Cuando la demonia se ofreció a Ramacandra para ser Su nueva consorte, el Señor Se rehusó. Él había hecho el voto de ser completamente fiel a Sita, Su única y amada esposa. Ramacandra, con intención de trueque, ofreció a Su hermano a la deforme demonia. Ramacandra le dijo: “¿Por qué no te casas con Mi hermano? ¡Él es una buena opción! ¡Mira cuán fuerte y gallardo es!” Laksmana jamás Se sentiría atraído por una mujer de naturaleza envidiosa y mundana, pero Se permitió intervenir en la ocurrencia de Rama, y dijo: “No soy tan buena opción. Sería mejor que te casaras con mi hermano, que es infalible y amado por todo el universo”. Surpanakha se irritó por el rechazo e intentó atacar a Sita, pero Lakshmana rápidamente contraatacó a Surpanakha para defender a la princesa.
Herida por Laksmana, Surpanakha recurrió primeramente a su hermano, Khara, quien tenía un gran ejército a su disposición. Viendo que Laksmana había herido a su hermana en defensa de Sita, decidió vengarse y envió a catorce demonios guerreros para matar a los tres humanos. Al ser informado de que Rama había matado a todos los guerreros enviados, Khara reunió a su ejército y salió dispuesto a pelear personalmente. En el camino, aparecieron diversas señales que indicaban que lo que estaba dispuesto a hacer era inapropiado —un buitre volaba sobre su cuadriga, los chacales aullaban—, pero él ignoró todos esos malos augurios.
Cuando Khara llegó a donde estaban Sita, Rama y Lakshmana, este último se encargó de proteger a Sita, y Rama Se ubicó inmediatamente en posición de combate contra Khara y su ejército. Las tropas de Khara, sus caballos, su conductor, su arco y su cuadriga fueron destruidos. El propio Khara, entonces, enfrentó a Rama tratando de matarlo lanzándole árboles, pero Rama derrotó fácilmente al demonio. Sin embargo, Surpanakha no desistiría en su determinación de tener a Rama por esposo.
Ravana, el demonio de diez cabezas
Surpanakha fue donde su hermano mayor llamado Ravana, el más cruel de todos los demonios. Ella no solo le contó sollozando sobre el ataque de Laksmana y la muerte de su hermano Khara, sino que también le habló de Sita, la mujer más bella en los tres mundos. Surpanakha pensó que si Ravana tomaba a Sita para sí, ella podría obtener finalmente al Señor Rama. Ravana, el terrible demonio de diez cabezas, era famoso por haber derrotado a los residentes de los planetas superiores, los semidioses. Ravana era conocido también por su mala costumbre de raptar esposas y princesas de todo el universo para sí. Tras oír las palabras de su hermana, Ravana fue dominado por un ardiente deseo de enseñorearse de Sita.
Ravana se dirigió al bosque y casualmente se encontró con un ex demonio llamado Maricha. Curiosamente, Maricha era uno de los demonios que Rama lanzó al mar con Sus flechas en defensa de los sabios en Su primera incursión bélica. Como consecuencia del contacto con el adorable Señor Rama, Maricha decidió abandonar sus actividades demoníacas y volverse un sabio, pero Ravana rechazó su decisión y lo obligó a ser parte de su ardid para raptar a Sita. Ravana obligó a Maricha a transformarse, valiéndose de sus poderes místicos, en un venado dorado para colaborar con su plan nefasto. Cuando Maricha intentó rehusar, Ravana dijo que lo mataría. En tal caso, Maricha pensó que sería mejor morir a manos de Rama, y aceptó ayudar.
En su mente maligna, Ravana concibió un plan: “Maricha, como un venado dorado, místico y bello, pasará cerca de la cabaña de Sita, Rama y Lakshmana. Al ver al venadito, Sita indudablemente quedará encantada con el animal y le pedirá a su esposo que lo capture para tenerlo como mascota. Una vez que los hermanos Rama y Lakshmana vayan detrás del venado rumbo al bosque, Sita quedará desprotegida, momento en el que podré raptarla para mí”.
Maricha hizo lo que Ravana ordenó y se transformó en un lindo venado de pelaje dorado. Tal como Ravana lo había planeado, Sita se sintió atraída al verlo, y Rama aceptó adentrarse en el bosque con el fin de capturarlo. Pero Lakshmana sospechaba algo, puesto que Rama le había pedido que permaneciera en la cabaña y protegiese a la princesa.
En el bosque, Rama sospechó el engaño y disparó una flecha contra el místico venado. Alcanzado por la afilada flecha, recostado en el suelo, Maricha se esforzó por gritar antes de morir: “¡Socorro, Lakshmana! ¡Socorro, Lakshmana!”. Maricha pidió ayuda de ese modo, imitando perfectamente la voz del Señor Rama. Este era otro poder místico que poseía Maricha. Al oír eso, Sita le imploró a Lakshmana que fuese pronto al encuentro de Rama a fin de socorrerlo.
Lakshmana sabía muy bien que su hermano era la Suprema Personalidad de Dios, y que nada podría ocurrirle. Sita, sin embargo, estaba muy afligida por los gritos de socorro que había escuchado e insistió para que Lakshmana fuese. Para obligarlo a marcharse, lo ofendió diciendo él deseaba la muerte de Rama para quedarse con ella. Muy resentido por semejante acusación, Lakshmana aceptó dejar a Sita e ir a buscar a Rama.
Lakshmana dibujó un círculo místico de protección alrededor de Sita y la cabaña, y dijo que Sita que no podía salir del círculo por ningún motivo. Después de hacer el círculo e instruir a Sita de ese modo, partió para encontrar a Rama.
Ravana por fin encontró la oportunidad que buscaba: Sita estaba sola. Fue hasta la cabaña disfrazado como un sabio viejo y débil por falta de alimento.
Sita se llenó de compasión al ver al hombre hambriento, pues su corazón era gentil como una nube de lluvia. Pero para entregar el alimento al ‘sabio’, tuvo que dar un paso fuera del círculo creado por Laksmana. Cuando lo hizo, Ravana exhibió inmediatamente su verdadera apariencia y atrapó a Sita, para obligarla a subir a su cuadriga cerca de allí.
La cuadriga con Sita pidiendo socorro volaba alto en el cielo. Jatayu, un viejo buitre amigo del padre de Rama, trató de socorrer heroicamente a Sita. Jatayu no era un pájaro común, atacó a Ravana y logró destruir la cuadriga del demonio. Sin embargo, Ravana alcanzó a Jatayu con muchísimas flechas. Tanto el demonio de diez cabezas como el piadoso buitre cayeron al suelo. Jatayu, desgraciadamente, cayó a tierra casi muerto, y Ravana tomó a Sita y se fue volando con ella, aun sin su cuadriga.
Amigos en el bosque
El temible Ravana había conseguido alejar a Sita del Señor Rama, concretando el horrendo plan maquinado. Al no encontrar a Sita, Rama corrió por el bosque lamentándose mientras la llamaba y preguntaba si alguien conocía su paradero. Lakshmana había cometido un error al desobedecer la orden de su hermano. Avergonzado por su error, Lakshmana mantenía la cabeza gacha. Tal era la tristeza de todos por el rapto de Sita, que hasta los animales del bosque estaban apesadumbrados.
Mientras tanto, Ravana voló por encima del océano y cargó a Sita hasta su reino llamado Lanka, donde la dejó prisionera en un pequeño bosque. Allá, Sita era vigilada por varias demonias. Ravana no se atrevía a tratar de aprovecharse de Sita por la fuerza, puesto que había recibido una advertencia: si trataba de violar a alguna mujer encontraría la muerte de inmediato. Aun así, debido a que era presuntuoso de verdad, estaba despreocupado y pensaba que conquistaría el corazón de Sita con su encanto masculino…
Rama y Lakshmana encontraron al pájaro Jatayu tirado en el suelo, herido muy gravemente.
Con los últimos suspiros de vida que le restaban, Jatayu contó a los hermanos que el demonio se había llevado a Sita en dirección al océano. Rama y Laksmana, entonces, se encaminaron por el bosque rumbo al mar. En el camino, los dos príncipes se encontraron con un temible monstruo. Su apariencia era horrenda: era gigantesco, poseía un único ojo, y no tenía cuello. Aquella existencia terrible, sin embargo, estaba cerca de su fin. Una vez muerto por el Señor, el alma del monstruo se libró de aquel cuerpo despreciable y subió en dirección a los planetas celestiales, donde residía previamente. Su nombre era Kadamba. Muy agradecido, le dijo a Rama mientras ascendía luminoso a los cielos: “Pedid el auxilio de los grandes monos liderados por el rey Sugriva. Ellos seguramente pueden ayudaros”.
Rama estaba muy abatido por el rapto de Sita, la única mujer que amó y amaría como esposa por toda Su vida. A pesar de la inmensa tristeza que experimentaba, siguió con el apoyo de Laksmana en busca del rey mono.
Cuando los dos hermanos se acercaron a la caverna donde vivía Sugriva, este los avistó de lejos. Ambos hermanos parecían residentes de los planetas celestiales, pero la espada de metal azul en la cintura del Señor Rama y Su formidable arco apoyado en el hombro preocuparon a Sugriva. Entonces subió a una parte alta de la montaña para observar a los dos hermanos. Para esa inspección, Sugriva llevó consigo a sus monos consejeros. Luego de estudiar a los príncipes por un tiempo desde lejos, Sugriva decidió enviar a Hanuman para descubrir el motivo de su visita. Hanuman se disfrazó de ser humano y se acercó a ellos con más seguridad —Hanuman tenía muchos poderes místicos, puesto que era hijo del gran semidiós Vayu. Hanuman les preguntó de dónde venían, y Laksmana al magnífico mono su historia. Cerca de Rama, Hanuman sentía que su amor por Dios crecía como nunca antes lo había hecho. Sentía como si fuera siervo de aquel rey Rama desde hacía muchísimo tiempo. En verdad, esto era verdad, pues Rama es el Dios Supremo y Hanuman, como un alma pura, es Su siervo eterno.
Hanuman, ya en su forma de mono, se inclinó a los pies de Rama.
Presentó a Rama y a Laksmana al rey Sugriva, y así se formó una gran amistad. Sugriva aceptó ayudar a Rama a rescatar a Sita, y Rama también Se dispuso a servir como pudiese.
El rescate comienza
Al ser informados por un testigo de que Sita había sido llevada por encima del océano, un grupo de monos fue enviado hacia allá. En ese momento, Hanuman se volvió inmenso y saltó desde la cima de una montaña, volando por la inmensidad del mar hasta la ciudad de Ravana, en busca de Sita.
Los otros monos no eran tan audaces como Hanuman para acompañarlo en ese salto increíble, por lo que solo permanecieron en la playa deseando el éxito total al mejor de los monos.
Al llegar a la ciudad de Ravana, Hanuman se hizo pequeño, casi invisible, y anduvo por la ciudad hasta encontrar a Sita en el pequeño bosque. Estaba rodeada por demonias que vigilaban, pero estaban todas dormidas. Al principio, Sita creyó que Hanuman era otra persona enviada por Ravana para atormentarla. Pero Hanuman sabía cómo convencerla de que también era un siervo fiel de Rama, al igual que ella. Él relató las glorias de Rama, Lo describió correctamente como el Señor Supremo y el verdadero bienqueriente de todas las entidades vivientes y, por último, le mostró a Sita Su anillo.
Hanuman, entonces, le dijo a Sita que debía subir sobre sus hombros para llevarla de vuelta con su esposo, pero Sita se rehusó a tocarlo. Como devota perfecta, Sita sabía de su obligación de dar el ejemplo de castidad, y de ningún modo tocaría a un hombre distinto a su esposo.
Así que Hanuman fue a negociar con Ravana la libertad de Sita. Como mensajero de Rama, le dijo que debía liberarla inmediatamente o tendría que enfrentar las consecuencias. Los soldados de Ravana, sin embargo, no tomaron en serio a un mensajero mono, por lo cual decidieron humillar a Hanuman. Ellos asieron su cola y le prendieron fuego, pero Hanuman toleró eso sin protestar. Hanuman no era orgulloso pues era un siervo del Señor, pero al ser ofendido mientras actuaba como mensajero de Rama, atacó a los agresores por el honor de su Señor. Usando como antorcha la punta de su cola incendiada, Hanuman prendió fuego a la ciudad de Ravana.
Al incendiar la ciudad, Hanuman dijo: “¡Como todo empeño contrario a la voluntad divina, este reino de Ravana encontrará la destrucción! ¡Y después este demonio morirá por atreverse a raptar a Sita!”. Tras decir esas palabras, Hanuman saltó una vez más por encima del océano para llevar la noticia al Supremo Señor Rama.
El Señor Rama quedó muy contento al saber que Su esposa estaba viva y aguardando por Él. Sita le había enviado un recuerdo. Hanuman dijo, “Mi Señor, Rama, Sita me pidió que le diera a Vuestra Majestad este prendedor de cabello que estaba usando. Tómelo, por favor, es de su Majestad”. Rama apretó el prendedor del cabello de Sita contra Su pecho. Todo eso le dio a Rama la fuerza necesaria para luchar contra Ravana y cualquier otro que se cruzara en Su camino.
Rama tenía un ejército de millones de monos fieles a Su causa de rescatar a la indefensa y amable Sita, pero ¿cómo cruzaría el océano aquel ejército glorioso? Como Rama es el Dios Supremo, todos los semidioses son obedientes a Él. Por lo tanto, el semidiós de las aguas prometió que haría flotar las piedras arrojadas al mar con el nombre de Rama, haciendo posible la construcción de un gran puente.
Los monos trabajaron duramente para construir el puente, cargando hasta la playa grandes piedras, árboles e incluso montañas. Una vez terminado aquel puente nunca visto, el ejército de monos marchó a través de él con gran imponencia.
Tiempos de guerra
Por el puente marcharon Rama, Laksmana y todo el ejército de monos. Ellos marchaban en formación militar con Rama y Laksmana al frente, seguido por los monos detrás, organizados en varias falanges, algunos cargando piedras, otros sosteniendo árboles gigantescos. Los soldados monos se daban ánimo y confianza unos a otros, diciendo. “¡Vamos a destruir esa ciudad demoníaca! ¡No quedará nada en pie!”.
La ciudad de Ravana despertó a la mañana siguiente rodeada por millones de soldados monos. Ravana también tenía inmensas tropas de demonios a su disposición y ocurrió una gran batalla. La guerra prosiguió violentamente durante días.
Hanuman se destacaba en el campo de batalla junto a Rama y Laksmana. Laksmana luchaba con gran habilidad con su arco y flechas; la espada de lámina azul del Señor Rama daba golpes rápidos y mortales; la maza dorada y gigante de Hanuman era capaz de golpear a innumerables enemigos a la vez.
Cuando Ravana percibió que estaba perdiendo a sus soldados más importantes, decidió que era el momento de despertar de su sueño a Kumbakarna. Este era hermano de Ravana —¡el hermano gigante de Ravana! En el pasado, este gigante había hecho estragos en el universo al comerse a muchísimas personas. Los residentes de los planetas superiores maldijeron a Kumbakarna para que durmiera durante todo el año, despertando solo una vez para comer.
Kumbakarna dormía en una caverna tan gigantesca como él. Las tropas de demonios entraron en la caverna teniendo que tolerar el temible aliento que salía de la boca abierta del demonio, que roncaba horrendamente. Llevaron baldes de sangre para alimentarlo e hicieron ruidos ensordecedores. Además, las tropas de demonios pasaron con caballos, camellos, elefantes y burros sobre su pecho para despertarlo.
Fue penoso despertar al gigante adormecido, pero cuando Kumbakarna por fin despertó de su sueño y se unió a la batalla, aniquilaba a miles de monos con un simple golpe de su inmensa arma. Con su enorme mano, Kumbakarna atrapaba a veinte o treinta monos a la vez y se los comía sin piedad. Los monos arrojaban piedras y cimas de montañas contra él, pero eso en nada debilitaba a aquella pavorosa criatura.
Solo Rama podía detener al hermano de Ravana. Entonces, en un acto de gran coraje, Rama cortó un brazo a Kumbakarna, luego el otro, luego sus piernas y, finalmente, su cabeza.
Ante la muerte de Kumbakarna, Ravana decidió enviar a Indrajit, su propio hijo, a la batalla. En la cima de una montaña, Indrajit ofreció en un fuego sacrificial diversos artículos, tales como espadas, lanzas y una cabeza de cabra. En la ceremonia demoníaca, el hijo de Ravana obtuvo muchos poderes místicos para luchar.
Después de saltar de la montaña, Indrajit llegó al campo de batalla y se dispuso a atacar a los soldados monos invisiblemente. Miles y miles de monos fueron muertos por las flechas de Indrajit. Las flechas mortales parecían surgir del vacío.
La contienda proseguía furiosamente, y Rama y Laksmana fueron heridos de gravedad por las flechas especiales de Indrajit. Puesto que Rama, Laksmana y Hanuman parecían muertos, Indrajit consideró que la guerra había terminado, y se retiró del campo de batalla con todas las tropas que lo auxiliaban.
Los médicos monos allí presentes dijeron que no estaba todo perdido. Había algunas hierbas medicinales de una montaña del Himalaya que podían salvar a los dos heroicos príncipes, y Hanuman obviamente reuniría fuerzas para ir a buscar las hierbas para salvar a sus amados señores.
Fue instruido para ir a la montaña distante y tomar cuatro hierbas específicas. Hanuman, entonces, saltó otra vez por encima del océano para llegar a la montaña. Allá, cuando la montaña comenzó a ocultarle las hierbas, Hanuman se enojó enormemente. A la fuerza, Hanuman arrancó la cima de la montaña con sus poderosos brazos y la llevó hasta el campo de batalla. De regreso, Hanuman colocó la montaña en el suelo, momento en el cual fue abrazado por Vibhishana, el mono médico, que se sintió inmensamente feliz por el retorno de Hanuman. Vibhishana logró hacer que la montaña le entregase las hierbas necesarias para hacer el remedio.
El medicamento, para alegría de todos, surtió el efecto esperado, y así los médicos monos curaron a Rama y a Laksmana, así como a todo el ejército de monos.
Todos fueron nuevamente al encuentro de Indrajit. El demonio se sorprendió al ver a sus enemigos vivos y trató de derrotarlos con diversas ilusiones, pero el fin de Indrajit era inevitable. Laksmana lanzó una flecha certera contra él. La flecha viajó por el aire velozmente y cortó la cabeza del temible Indrajit. Su cabeza rodó por el campo de batalla así como una fruta redonda rueda por una ladera.
Por fin, todos los grandes combatientes de Ravana habían muerto, y ahora Ravana personalmente desafiaba a Rama. Indra, el semidiós de los cielos, le obsequió al Señor Rama una cuadriga de oro para el gran duelo y el enfrentamiento dio comienzo. Rama, el arquero defensor del bien y la virtud, lanzaba flechas que cortaban las cabezas de Ravana, pero por cada cabeza que caía, crecía otra en su lugar. Ravana se reía del Señor Rama mientras las cabezas cortadas crecían nuevamente. El combate de flechas entre Rama y Ravana era espectacular, pero pronto acabaría. Rama, determinado a matar al demonio de diez cabezas, fijó en Su arco infalible una grandiosa flecha mística. La flecha fue disparada y corrió como un rayo en dirección al duro corazón de Ravana, quien cayó muerto en el campo de batalla.
Sita y Rama, la pareja inseparable
Ravana estaba muerto, y Sita por fin era libre de aquella pesadilla. Hanuman, Sugriva y todos los monos celebraron la victoria del Señor Rama, mientras los semidioses derramaban lluvia de flores desde el cielo.
La gran guerra había terminado, y Sita fue devuelta a Rama. Sin embargo, había un problema. Como rey ejemplar, ¿podría Rama tener como reina a una mujer que había estado con otro hombre? Rama, en realidad, sabía que Sita era completamente fiel a Él, pero tenía que probarlo a Su pueblo y al universo entero para que nadie osase jamás dirigir una crítica a Su intachable esposa.
Rama fingió desconfiar de ella. ¿Sita había sido fiel o no? Para probar su fidelidad, Sita entró en una hoguera hecha por Laksmana. Rama contempló la escena con gran seriedad, mientras los demás presentes lloraban ríos de lágrimas. Sita dio el primer paso hacia dentro del fuego, y una lágrima brotó de los ojos de Rama.
Sita había desaparecido dentro del fuego. ¿Qué había pasado? ¿Estaba muerta? ¿Qué significaba ello? Pasado un tiempo, Sita fue traída de nuevo por el semidiós Agni.
Sita estaba vestida con un bellísimo sari, y sus cabellos negros enrulados caían sobre su rostro. Agni, el semidiós del fuego, dijo: “Sita jamás fue infiel a Rama, ni con su cuerpo, ni con sus palabras y ni siquiera con su mente. ¡Su corazón le pertenece enteramente al Señor Rama! Señor Rama, por favor, acéptela”.
Rama es el Señor Supremo y Sita es la personificación del servicio devocional al Señor. Ellos son inseparables como el Sol y el brillo solar.
El tiempo que Rama tenía que vivir en el bosque había terminado. Así que finalmente regresó al reino de Ayodhya. Allí, Su hermano había rehusado ser rey y solo había gobernado en nombre de Rama mientras éste había estado fuera. Con el regreso victorioso de Rama, hubo una gran alegría.
Aquel que oye la historia de Rama con total reverencia, se libra de todos los pecados y va para Su reino. Por escuchar esta historia con devoción, una persona ciertamente se libera, junto con muchas generaciones de antepasados.