EL DESPERTAR SAI
EL DESPERTAR SAI. : BHAGAVAN SRI SATHYA SAI BABA - LA SABIDURIA SUPREMA - (VIDYA) VAHINI BHAGAVAN SRI SATHYA SAI BABA - LA SABIDURIA SUPREMA - (VIDYA) VAHINI - EL DESPERTAR SAI.

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lunes, 17 de marzo de 2025

BHAGAVAN SRI SATHYA SAI BABA - LA SABIDURIA SUPREMA - (VIDYA) VAHINI

BHAGAVAN SRI SATHYA SAI BABA

 

LA SABIDURIA SUPREMA

(VIDYA)

 

INDICE


SOBRE ESTE LIBRO.......................... 5

LA SABIDURIA SUPREMA............... 7

EL CONOCIMIENTO........................ 13

LA EDUCACION ACTUAL.............. 17

DESAPEGO, RENUNCIAMIENTO Y CONTROL

DE LOS SENTIDOS........................ 21

EL ALMA ES INDESTRUCTIBLE... 27

LOS AVATARES............................... 31

PENSAMIENTOS Y CONDUCTA DISCIPLINADOS      35

EL SERVICIO DESINTERESADO... 41

EL CONOCIMIENTO ES LIBERTAD 47

EL CONOCIMIENTO DEL ALMA ES EL CAMINO        51

LOS TRES TIPOS DE FELICIDAD.. 55


LA VERDADERA ENTREGA.......... 61

LAS DISTINTAS RELIGIONES NO DEBEN

CONFRONTAR ENTRE SI............ 67

PUREZA Y AUTOSUFICIENCIA SON LA

NATURALEZA DEL HOMBRE.... 71

CULTIVEN LA SENCILLEZ Y DESECHEN LA

OSTENTACION............................. 75

MANTENGAN LIMPIOS CUERPO Y MENTE       79

ALEJEN SUS MENTES DE LAS

MALAS TENDENCIAS................. 83

LOS TRES INSTRUMENTOS OTORGADOS

AL HOMBRE: MENTE, LENGUAJE Y ACCION        87

LOS DOCENTES SON RESPONSABLES

DEL CARACTER DE LOS ESTUDIANTES        91


SOBRE ESTE LIBRO

 

Baba ha explicado que la palabra Vidya* usada en el tí­tulo de este libro, significa "aquello" (Ya) que ilumina (Vid). Este es el sentido que se denota en expresiones como Atma Vidya (Conocimiento del Alma), Brahma Vidya (Conoci­miento de Dios), etcétera, y también en la denominación de Vidyagiri que se le ha dado a las tierras de Prashanti Nilayam, que incluye el Instituto de Estudios Superiores. Baba llama nuestra atención respecto del aprendizaje inferior, comparativamente menos beneficioso, que se ocupa de teo­rías, inferencias, conceptos y conjeturas. El estudio superior acelera y expande el impulso universal por saber y llegar a la verdad, la bondad y la belleza. Baba ha venido como hombre entre los hombres con la misión de corregir el per­juicio ocasionado al género humano por el fanático apego al estudio inferior. La raza humana debe enderezar el rumbo, porque se inclina alarmantemente hacia lo que puede ser su tumba: el conocimiento inferior la está hundiendo en un abismo sin fin. El único remedio para ello es Vidya (Conoci­miento Superior).

Desde los días de su infancia, Baba se destacó como educador, un gurú (maestro), como a los aldeanos les gusta­ba llamarlo. Sin mostrar vacilaciones, advirtió a los ancianos de Puttaparti, a los maestros de las escuelas, a los líderes de las castas, respecto de la crueldad que se mostrara para con

* Sabiduría, conocimiento que conduce a la Realidad Ultima.


los animales, la explotación de la mano de obra, la usura y el juego, la arrogancia y la ignorancia, la hipocresía y la os­tentación. Por medio de juegos y bromas, de parodias y de sátiras, de canciones y de piezas de teatro, el maestro ado­lescente ridiculizó y reformó a la sociedad que aceptaba y toleraba estos males. Por medio de cantos devocionales en­tonados por grupos de hombres y mujeres, les recordó los valores humanos universales de la Verdad, la Rectitud, la Paz, el Amor y la No Violencia, ya en 1943, cuando contaba con escasos 17 años. Y ellos representan también los logros básicos que Vidya le puede conferir a quienes se adhieren a El con fervor.

Al igual que el Señor Krishna le dijera a Arjuna: "Entre todos los Vidyas, yo soy el Atma Vidya", Baba también re­presenta la búsqueda de la Verdad del Alma. El mundo po­drá ser salvado de su suicidio únicamente por medio del Conocimiento Superior. La búsqueda de la verdad y de la to­talidad, de la unidad y de la pureza, representa el medio; la conciencia del Uno representa la culminación del proceso. Este mensaje viene a constituir la suma y la sustancia de ca­da uno de los discursos que Baba ha pronunciado en las últi­mas cinco décadas.

Este precioso libro nos proporciona la oportunidad de re­visar 19 ensayos que Baba escribiera como respuesta a múl­tiples solicitudes para que elucidara aquellos principios que deben guiarnos mientras nos esforzamos por reformar la educación, para convertirla en un instrumento efectivo para establecer la paz y la libertad, tanto en nosotros mismos co­mo en la Tierra.

N. Kasturi

Prashanti Nilayam 14 de enero de 1984


LA SABIDURIA SUPREMA

 

Aquello que carece de origen carece de un principio. Simplemente existía antes de que algo o todo existiera: nada había previamente. Y, por la misma razón, aquello no tiene fin. Se extiende tanto como es su voluntad, crece tan diversificadamente como sienta y, a través de su plenitud, también llena el Universo. El conocimiento de este Principio Supremo es denominado Vidya: saber, sabiduría y conciencia.

Son muchos los profetas que han logrado una variada experiencia de este estado de conciencia único en su género y que han visualizado en sus iluminados corazones el supre­mo secreto que subyace en la cautivante belleza del cosmos. Su compasión por el género humano los impulsó a comuni­car su visión por medio del lenguaje de los hombres, para despertar en ellos la sed por sumergirse en esa bienaventu­ranza que le es innata al Alma. Es Vidya lo que produce este impulso en el corazón de los profetas.

El sonido constituye el núcleo mismo de los Vedas (Es­crituras Sagradas). El sonido se asocia con melodía y armo­nía, y de allí que los Vedas deban ser escuchados y deba de­rivarse éxtasis de ello. Esta es la razón por la cual los Vedas son llamados Sruti ("aquello que es escuchado"). Por el solo hecho de escuchar recitarlos se puede llegar a tomar con­ciencia del Alma y la bienaventuranza que esto confiere. La dicha así adquirida se manifiesta en palabras y obras que es­parcen alegría entre todos los que nos rodean.

El término Vedanta es empleado por muchas personas para indicar, generalmente, una escuela de pensamiento filo­sófico, siendo que el Vedanta no es sino una sección espe­cial de la literatura védica. Todos los textos de las Upanishads (la tercera división de los Vedas) forman parte del Vedanta. El Vedanta representa la culminación del pensamien­to védico. Los Vedas mismos representan una guía inestima­ble hacia el Altísimo. Los riks o himnos del Rig Veda son efu­siones llenas de éxtasis del espíritu del hombre alabando el deleite logrado en la contemplación del orden y la belleza de la naturaleza exterior a él. El Sama Veda es el inapreciable tesoro verbal que le da al hombre la posibilidad de alabar por medio del canto al Creador y a su creación. El misterio de este mundo y de los mundos que se extienden más allá de él, se explica en los textos que, en su totalidad, se deno­minan Atarvana Veda. Las fórmulas para los ritos y ceremo­nias, ya sean de sacrificio o para lograr méritos, se encuen­tran reunidas bajo la denominación de Yajur Veda.

La literatura védica reunida en estas cuatro colecciones con nombres diferentes cuenta además con cuatro ramas: los Mantras, los Brahmanas, los Aranyakas y las Upanishads. El texto de los Mantras se denomina también Samhitas (colecciones) y en ellos se agrupan todas las fórmulas sa­gradas. Los textos que describen los medios y métodos para su utilización y para lograr el beneficio que proviene de su correcta recitación, se conocen como Brahmanas. La pala­bra Brahma tiene muchos significados, pero la palabra Brahmana significa Mantra. Los Brahmanas tratan, en su mayor parte, de los ceremoniales y otras actividades externas afi­nes. Los Aranyakas, en cambio, tratan de los significados in­ternos y de las disciplinas internas como retirar los sentidos de sus objetos y eliminar los apegos. Las Upanishads buscan armonizar sendas por medio del análisis filosófico. Constitu­yen la fase final de los estudios védicos y es ello lo que se da en llamar Vedanta. Se les puede considerar incluso como la esencia de las enseñanzas védicas y constituyen la flor y na­ta de todas las escrituras védicas. Cuando el saber llega a asimilar los Vedas, las Upanishads emergen como la mante­ca en el proceso de batido de la leche.

Todas las formas de literatura védica mencionadas hasta el momento constituyen el más antiguo cuerpo del saber (de conocimiento), Vidya. Upanishad. Esta palabra está forma­da por la raíz sad, a la que se anteponen dos sílabas como prefijos, upa y ni. Sad significa estar sentado, mas tiene también el sentido de destruir. Ni significa firme, invariable, disciplinado. Upa significa cerca. El pupilo debe sentarse cerca del gurú o preceptor, prestando una atención invaria­ble a lo que le va siendo comunicado, ya que sólo así podrá aprehender el tesoro del conocimiento y la habilidad del dis­cernimiento.

Las Upanishads, los Brahma Sutras y el Bhagavad Gita representan las raíces centrales del pensamiento filosófico hindú. En su conjunto son conocidos como la Auténtica Triada.

Este mundo material objetivo es lo que se hace visible a nuestros ojos, lo que agrada a nuestros sentidos, lo que fas­cina a nuestra mente y lo que informa a nuestro cerebro. Sin embargo, dentro de este mismo mundo, y penetrándolo, existe un mundo subjetivo, inmaterial, que resulta inalcanza­ble. Cuando éste llega a conocerse, ambos mundos se reve­lan como expresiones parciales de la misma e indivisible conciencia. Ambos se complementan recíprocamente en una Plenitud o Totalidad (Purnam). Desde el Parabrahma (lo Total, Pleno) surge el Jiva (lo individual, es decir, el comple­mento). Cuando el Jiva desecha el cuerpo material en el que está encerrado, la conciencia universal vuelve a ser una To­talidad, el Principio del Parabrahma. Purnam adam (Aquello es Total, Pleno), Purnam idam (esto es Total, Pleno); Purnath Purnam Udachyathe (desde lo Total surgió lo Total); Purnasya (de lo Total) Purnam adaya (cuando se toma lo Total) Purnam eva (sólo lo Total) avasishyathe (queda).

Vidya o el proceso educativo nos enseña que el Cosmos es una manifestación del juego del Señor y nada más. Esta verdad la declaran las Upanishads de la manera siguiente: "Este mundo es la residencia del Señor". Por ello nadie pue­de albergar un sentido de posesión personal ni una traza de egoísmo. Renuncien al sentimiento de apego, sientan en to­das partes la presencia del Señor. Den la bienvenida a la bienaventuranza que el Señor, en cuanto personificación suya, les confiere, y experiméntenlo con agradecimiento y sin sen­tirse atados por ningún deseo. Este es el mensaje de los sa­bios y los profetas.

Renuncien al sentido del "yo" y "tú" y sólo entonces po­drán entender la gloria de aquello que no es ni "yo" ni "mío". Esto no significa que deban renunciar a todo. La verdadera enseñanza (Vidya) señala que debe tratarse con el mundo, tal como lo exige el deber, con un espíritu de desapego, evi­tando comprometerse con él. El análisis químico con el que puede comprobarse si una actividad es sacra o piadosa se reduce a examinar si produce apego o evita el involucrarse. El análisis para comprobar si una actividad es impía o peca­minosa se reduce a examinar si proviene de la codicia o la provoca. Esta es la enseñanza y la lección de Vidya. Dedica­dos a llevar a cabo sus legítimos deberes, pueden pedirle a Dios que les mantenga vivos por 100 años sin incurrir en una exageración. Por ello, Vidya les conmina a dedicarse a sus actividades con pleno entendimiento de su naturaleza y sus consecuencias.

Las bestias sólo matan a otras bestias, mas el hombre ciego que no ha adquirido la visión del Alma que es, se mata a sí mismo. Y Vidya advierte que el que comete ese crimen cae en los abismos más densos, los que están sumidos en la más espesa tiniebla.

Vidya, la sabiduría suprema, busca describir para el hombre las "características" del Alma. El Alma no tiene mo­vimiento, pero está presente en todas partes. Hasta a los dioses les resulta imposible seguirle el paso, por rápidos que sean. El Alma revela su presencia mucho antes de que la lo­gremos anticipar. Es inmutable y omnipresente. Vidya señala que determinarla resulta una tarea imposible.

Cuando uno alcanza la sabiduría suprema, el más alto nivel de Vidya, se diluye la diferenciación entre los "opues­tos": Atma y anatma, Vidya y avidya (conocimiento e igno­rancia), vikasa y vinasa (desarrollo y decadencia). Hay mís­ticos y sabios que han alcanzado este estado de Unidad Su­perior y la historia de sus esfuerzos y empeños ha sido santi­ficada —gracias al estímulo que provee Vidya— en variados textos. Para sabios de esta calidad y de este nivel, resulta igualmente peligroso el conocimiento que el no-conocimien­to. Están conscientes del misterioso origen y de las conse­cuencias de ambos. Han llegado a ser capaces de vencer a la muerte gracias al no-conocimiento y han logrado la in­mortalidad a través del conocimiento.

 

EL CONOCIMIENTO

 

La sublime importancia de Vidya, o el aprendizaje supe­rior, puede ser comprendida o comunicada a otros única­mente cuando la mente pura irradia su luz reveladora. Den­tro de una habitación escrupulosamente limpia no entra nin­gún escorpión ni insecto venenoso, ellos sólo anidan en don­de reina la suciedad y la oscuridad. De manera similar, la sa­grada sabiduría no tiene cabida en los corazones que están impuros y tenebrosos, en los que, en cambio, sí encuentran refugio brotes venenosos como el de la ira y otros afines.

Cuando se desea blanquear el carbón de nada sirven el agua y el jabón, ni siquiera el sumergirlo en un recipiente con leche... el único método es echarlo al fuego, que lo transformará en un montoncito de ceniza blanca. Del mismo modo, cuando uno está ansioso por disipar la oscuridad de la ignorancia y la suciedad del deseo, deberá buscar la con­ciencia del Alma, en otras palabras, el conocimiento de Brahman (El Absoluto Universal). La oscuridad sólo puede eliminarse con ayuda de la luz, nunca podremos dominarla oscureciéndola más. Vidya es la luz que uno necesita para destruir la oscuridad interna. Vidya es lo que proporciona la iluminación necesaria. Vidya es el auténtico Purushotama Yoga, el Yoga de la Persona Suprema definido en el Gita, el conocimiento del saber supremo, superior. Este yoga no puede comprarse con dinero ni puede adquirirse a través de amigos, ni puede encontrarse en alguna tienda o fábrica. Ca­da uno debe asimilarlo y lograrlo por sí mismo, por medio de una fe sin vacilaciones y una devoción ardiente.

No es necesario que se impugne o contradiga la expre­sión "Dios no existe", bastará con transformarla de negativa en positiva, eliminando la partícula "no". Así también, con sólo unificar la visión multidireccional que ahora se dirige hacia el Universo, desaparecerá la diferenciación y los mu­chos se volverán Uno.

Ramakrishna Paramahamsa, Jayadeva, Gouranga, Tukaram, Tulsidas, Ramadas, Kabirdas, Saradadevi, Mira, Sakubai, Mallama, ninguno de ellos llegó a dominar los comen­tarios y explicaciones de las diferentes ciencias y escrituras; sin embargo, son venerados hoy en día por muchos seguido­res de muchos grados y nativos de muchos países. La razón para ello reside obviamente en su inconmovible fe en el Al­ma, lograda por medio de la purificación de la mente, y fue únicamente Vidya quien les confirió esta pureza y claridad que les distinguieron.

Estas santas personas declaraban todo lo que había en sus corazones, exactamente como lo habían experimentado. Comparen esto con los que postulan hoy en día que poseen Vidya. ¿No salta a la vista que no hay uno en un millón que exprese exactamente lo que lleva en el corazón? Realizan adoración en honor de Sathyanarayana, Narayana o Dios en la forma de Sathya (la verdad) una vez por año, y el resto del tiempo, día tras día, veneran a Asathyanarayana, el dios de la falsedad. Y de este tipo de adoración es que deriva el impulso hacia la erudición objetiva. ¿Merecerá el nombre de Vidya este tipo de conocimiento? ¡Jamás!

La comida dejada en un plato, si no la consumimos o no se la damos a algún hambriento, se echa a perder. De mane­ra similar, cuando nuestros defectos y carencias no se corri­gen, ya sea por esfuerzo propio o mediante el plegarnos a los consejos de almas compasivas que han logrado el éxito en el proceso de purificación... ¿pueden imaginarse lo que le hacen a nuestra vida? Al igual que el plato de comida aban­donado, esas vidas hederán... Cuentan de un padre que ha­blaba sobre los logros de su hijo y decía: "En resumen, tiene dos pequeños defectos: primero, no conoce sus defectos, y segundo, se niega a escuchar a quienes se los señalan". Esta es una historia del pasado, pero hoy en día no se trata ya de un hijo aislado, sino que todos están, quien más, quien me­nos, en el mismo predicamento, y resulta muy común escu­char este mismo tipo de lamentos por parte de los padres. ¿Es este el valor del Vidya que dicen poseer?

Los niños son buenos por naturaleza; la falla reside en el sistema que dice conferirles Vidya. Este hecho, ciertamente, es algo conocido por todos, pero también todos rehúyen la tarea de reformarlo. Esto es lo que constituye la mayor de las debilidades. Resulta muy fácil dar millones de consejos, pero la verdad es que ninguno se pone en práctica. "El sistema educativo debe ser renovado partiendo de la educación bási­ca y llegando hasta la universitaria" es algo sobre lo que a menudo se lee en los periódicos, pero nadie se hace presente para introducir las transformaciones que se requieren y, ni si­quiera, para proponer los cambios y la forma de llevarlos a cabo. Nadie tampoco se ha tomado el trabajo de analizar los defectos más sobresalientes del sistema educativo.

No se ha reconocido la verdad de que los valores espiri­tuales, morales y de conducta representan la culminación de los logros humanos. Hay personas que, sin haber obtenido cargos en el gobierno, escriben artículos y ensayos sobre el deber ser de la educación o se dedican a utilizar cualquier plataforma para repetir como loros los mismos "slogans". Pero cuando llegan a conseguir algún puesto de autoridad, propugnan medidas contrarias a lo que proclamaban ante­riormente.

Un imán tiene la capacidad de atraer al hierro, siempre que éste no esté cubierto de herrumbre y suciedad. De ma­nera similar, incluso siendo buenos los programas y los dis­cursos, su práctica queda paralizada. A menos que se cure esta enfermedad, ni la educación ni el saber podrán mostrar su valía. El trozo de hierro ha de ser limpiado del moho y la suciedad para que el imán pueda atraerlo, y así también, cuando se asea y pule la mente, el efecto es, en palabras de un poeta: "Un mahatma que tiene como signo distintivo un pensamiento, una palabra y una acción que siempre están en concordancia". Cuando los tres se encuentran en armo­nía, representan la mayor prueba de la valía de un ser hu­mano. Y este valor sin igual es el que es desacreditado por el hombre, por voluntad propia, puesto que pasa por alto el Conocimiento del Alma, el Vidya genuino que debería aprender.

Fueron muchos los eruditos, filósofos y expertos que flo­recieron en la época de Ramakrishna Paramahamsa, mas ninguno de ellos fue iluminado en alguna medida por la clara conciencia del Alma. Como resultado, sus nombres ya no se escuchan hoy en día, en tanto que el de Ramakrishna —quien no sabía escribir ni menos podía pretender erudición en algún campo del conocimiento material u objetivo— es el único que se ha difundido por el mundo entero. ¿Cuál es la razón para ello? El agua pura y el agua con azúcar se ven iguales... Con sólo beber de ellas podrán distinguirlas de in­mediato.

Las palabras de Paramahamsa están preñadas de supre­ma sabiduría, en tanto que las de los eruditos no están sino llenas de saber libresco. Los filósofos ostentosos que sólo se dedican a asimilar páginas y más páginas impresas, no bus­can sino el beneficio económico, no corren hacia lo Divino. Los fósforos que han caído al agua no se encienden al frotar­los, por mucha fuerza que uno emplee; además, terminan por echar a perder la caja que los contiene. Así también, los corazones empapados en deseos y propósitos mundanos no pueden dar de sí sino exhortaciones repetidas como un albo­roto de loros, y no lograrán sino quien los escuche, mas no quien ponga en práctica sus palabras. Muchos serán los que reciban los consejos, pero no actuarán en concordancia.

Cada hecho en el mundo tiene una causa especial que lo llevó a producirse, y ella es el conocimiento. Es evidente que no puede haber conocimiento sin cosas por ser conocidas. El conocimiento mismo es de dos clases: el patente y el la­tente, el directo y el indirecto, el aparente y el real. El cono­cimiento patente se adquiere por medio del oído y otros ór­ganos sensoriales y por la palabra de otros. El conocimiento latente es conocimiento real y no sabe de pluralidad; analiza y comprende las tracciones y objetos que activan la mente; purifica la mente y expande la visión del corazón.

 

LA EDUCACION ACTUAL

 

En la actualidad, aun siendo costoso y elaborado, el sis­tema educativo ignora la instrucción moral. En los Gurukulas* del pasado se daba instrucción para la correcta manera de vivir, el progreso espiritual y la conducta y comportamien­to éticos. En aquellos días, los estudiantes eran formados pa­ra llevar una vida caracterizada por la humildad, el control de los sentidos, la virtud y la disciplina. Hoy en día, estas cuali­dades no se reconocen en ellos, ni siquiera tienen idea del significado del control de los sentidos o de la forma de lograr­lo. Desde la infancia se acostumbran a satisfacer cada capri­cho, se complacen en darle rienda suelta a los sentidos y creen sólo en el materialismo. Como consecuencia, resulta alarmante observar la situación de las instituciones de educa­ción superior. El jefe del Departamento de Salud de Calcuta comprobó que 80 de cada 100 estudiantes de la universidad tenían una salud precaria. En la región de Bombay, la situa­ción era aun peor, ya que afectaba al 90 por ciento del estu­diantado. La razón para ello debe buscarse en el hecho de que los estudiantes se inclinan por la vida sensorial, persi­guiendo de manera descontrolada los placeres de los senti­dos y los hábitos malsanos. ¿Puede atribuirse una situación tal a logros de la educación? ¿O debería ser considerada más bien un "tesoro" acumulado por una ignorancia perversa?

* Gurukul: Lugar en el cual maestros y estudiantes crecen juntos en amor y sabiduría.

Los maestros tienen el deber de identificar el papel que les toca desempeñar y la responsabilidad que les correspon­de. Son ellos los que deben asumir en mayor medida el cul­tivo y la preservación de la salud mental y física de sus tier­nos e inocentes pupilos.

Todo ser viviente mira el mundo que le rodea, pero cada cual lo mira únicamente en la especial manera que le es pro­pia. Un mismo objeto es visto por diez personas con diez ti­pos diferentes de sentimientos. Un hijo considera a un indivi­duo como padre, su mujer lo considera como marido, su padre lo verá como hijo, su compañero de trabajo como amigo... Si se trata de un mismo individuo, ¿por qué no evo­ca la misma reacción en todos ellos? Y todos los que lo vi­sualizan de distinta manera, también son afectados diversa­mente. Esta es la verdad.

Una vez, un gurú (maestro espiritual) que vivía en Brahman Mutt, sintiéndose de buen humor, le preguntó a su discí­pulo: "Dime, querido, ¿cómo está el mundo?" Y el discípulo le respondió: "Guruji, cada cual tiene su propio mundo". Pese a que todos estamos en un mismo mundo, cada cual vive en su mundo propio, configurado por sus propias acciones y re­acciones. Esta es la razón por la cual Shankaracharya decla­ró: "Llenen su visión de sabiduría y, entonces, todo lo que vean será Dios". Cuando la visión esté llena de conocimiento, el mundo estará pleno de Brahman.

En el lenguaje de la educación actual, dhana (riqueza) es dharma (lo correcto). La búsqueda de riquezas se considera la senda correcta: Dhana es el karma. No hay actividad que no tenga como meta la obtención de riquezas; no hay ideal más apreciado que el hacerse rico. Para ilustrar este punto, una pequeña historia. Narayana (Dios) posee dieciséis as­pectos visibles y es también la latente Realidad inmanente. También el Narayana material (el dios dinero) cuenta con 16 fracciones que son sus armas. Cuando los hombres adoran al dinero como dios visible, Narayana se torna inalcanzable pa­ra ellos. Son muy pocos los que se detienen a calcular la in­mensidad de la pérdida en que incurren por este motivo.

Un buen día, en medio de una conversación, Lakshmi, la divina consorte y Diosa de la Riqueza, se dirigió a Narayana en los siguientes términos: "Señor, todo el mundo me adora a mí. No hay uno en cien, o, mejor aún, en un millón, que te adore a ti". Esta declaración logró despertar la curiosidad del Señor, y luego Lakshmi propuso un plan para poner a prue­ba la sinceridad del hombre. Dijo: "Señor, es mejor que com­probemos por nosotros mismos la verdad de los hechos. Va­yamos por el mundo para verificarlo". Narayana se mostró de acuerdo. Se transformó en un gran pandit (erudito) ador­nando sus muñecas y tobillos con brazaletes de oro, como señal de aprecio y admiración de famosos cuerpos académi­cos, colgando de su cuello un collar de cuentas y atravesan­do su frente con gruesos trazos de vibhuti (ceniza). Se mani­festó así en la Tierra como renombrado erudito. Comenzó a viajar de pueblo en pueblo, encantando a la gente con sus inspirados discursos. Su esplendorosa personalidad y pro­fundo saber atraían a la gente, miles se reunían para escu­charle y le seguían de un lugar a otro. Los brahmines (aque­llos que resguardan las escrituras) le invitaban para honrarle. Cada vez su llegada era celebrada con grandes banquetes, como un verdadero festival.

En tanto que Narayana era objeto de todos estos hono­res y recepciones, Lakshmi también se manifestó en la Tie­rra como una gran yoguini (asceta femenino); también viajó de poblado en poblado, entregándole iluminación sobre el Alma a la gente mediante sus discursos. Las mujeres se reu­nían a escuchar sus fascinantes disertaciones, en número cada vez mayor. Le rogaban que visitara sus hogares y parti­cipara en los banquetes que se desvivían por prepararle. Co­mo respuesta, les informaba que, por estar atada por ciertos votos, le resultaba difícil aceptar las invitaciones; sin embar­go, podía hacerlo si le permitían traer su propia vajilla. Las mujeres que anhelaban poder compartir con ella aceptaban sus condiciones, dispuestas a respetar sus votos, sin pregun­tas. Y fue así que siguió recibiendo las invitaciones de las mujeres en cada lugar al que viajaba.

Desde la primera casa que visitó, la yoguini sacó de su bolso un plato, un par de pocillos y un jarro para el agua, to­dos de oro macizo, ordenándolos frente a sí para los diferen­tes componentes del menú. Una vez terminada la comida, dejó la vajilla como regalo para la dueña de casa, indicando que tenía un juego diferente para cada día.

La noticia se esparció rápidamente. También en las al­deas a las que llegaba Narayana a dictar sus maravillosas charlas, empezó a conocerse el extraordinario suceso de los regalos de la yoguini. Incluso los brahmines, profundos y fie­les admiradores del renombrado sabio, se apresuraron a in­vitar a la yoguini para que fuera a comer a sus casas. La yoguini les mandó decir que debían despedir al erudito antes de que ella aceptara. Se mostró intransigente en este punto: no se presentaría en tanto esa persona siguiera allí. La codi­cia por el oro fue mayor que la admiración que los brahmi­nes sentían por el sabio, de modo que lo obligaron a aban­donar sus aldeas, pese a haberlo venerado durante tanto tiempo de manera ostentosa y pública.

Después de esto, la yoguini entró en gloria y majestad en cada lugar, dictó discursos, participó en banquetes organiza­dos en su honor y le regaló juegos de vajillas de oro a cada uno de sus anfitriones. Y fue así que ella logró que el erudito fuera expulsado de todos los lugares en que buscaba ser apreciado por su sabiduría, en tanto que ella acaparaba en cada lugar la adoración de todos. Incapaz de soportar este agravio generalizado, el erudito desechó el papel que estaba representando, y Narayana desapareció de la Tierra. Tan pronto la yoguini lo supo, se despojó de su disfraz y reasu­mió su forma real, yendo a reunirse con el Señor Narayana. Hablando con él, le preguntó: "¿Podrías decirme qué descu­briste? ¿Quién de nosotros es mayormente honrado y vene­rado en la Tierra?" Narayana sonrió ante su pregunta, y le respondió: "Tú; es verdad lo que habías afirmado".

Y es cierto. Hoy en día, la educación y el conocimiento son comercializados. El dinero lo es todo. Aquellos que han recibido una formación profesional desertan de la patria y sa­len a vagar por el mundo como mendigos en pos del dinero. ¿Podría considerarse esto como signo de una verdadera edu­cación?

 

DESAPEGO, RENUNCIAMIENTO
Y CONTROL DE LOS SENTIDOS

 

Bharath (India) ha estado otorgando paz y felicidad du­raderas a gente de muchas naciones y a lo largo de muchas generaciones, por medio del impacto de los principios espiri­tuales que ha sostenido. El ideal hacia el cual ha tendido es­ta tierra es el de: "Que todos los mundos sean felices y prós­peros".

Este ha sido el más elevado objetivo de las gentes de Bharath. Para promover y realizar este sagrado ideal, los go­bernantes de edades pasadas, los sabios, los fundadores de los credos, los estudiosos, los eruditos, las mujeres y las ma­dres, todos soportaron numerosos sufrimientos y sacrificios. Descartaron honores y renombre, y lucharon por mantener sus convicciones y configurar sus vidas de manera conse­cuente con esta visión universal.

Hay artículos escasos y costosos que pueden llamar la atención gracias a su belleza exterior, pero que aparecen tri­viales al ojo iluminado por la luz espiritual. El atractivo y la fuerza físicos jamás podrán imponerse al atractivo o al poder espirituales. La cualidad de rajas (pasión) genera egoísmo y es fácilmente identificable en dondequiera que se encuentren el egocentrismo y el orgullo. No podrá llegar a evidenciarse la cualidad de satva (bondad) en tanto no se supriman estos modos de pensar y de actuar. Y, en ausencia de lo sátvico (bondadoso), es imposible propiciar, agradar o conquistar a Shiva, el poder supremo.

Parvati, la hija del monarca de los Himalayas, era un de­chado de belleza física. Pese a ello, tuvo que llegar a adquirir la cualidad de satva (bondad), destruyendo el orgullo por su belleza y su innato egoísmo por medio de un severo ascetis­mo. Debía llegar a brillar en la belleza del espíritu. La leyenda relata que el Dios del Amor, Manmatha, quien planeaba pro­yectar sólo el encanto juvenil de Parvati para llamar la aten­ción de Shiva, fue reducido a cenizas. Este incidente simboli­za el hecho de que el conocimiento divino (Vidya) no puede llegar a adquirirse en tanto uno esté aprisionado en los lazos del ego. Cuando uno se provee de Vidya, el orgullo se desva­nece.

En la actualidad, no obstante, el orgullo y la soberbia se consideran como parte del encanto que confiere el conoci­miento. Deberá desistirse del atractivo que le atribuimos a una persona debido a su erudición en materia de cosas que atañen al mundo objetivo, sólo así podrá manifestarse la ge­nuina divinidad innata: sólo así, la personalidad del individuo —que es el Ser— podrá aceptar lo divino. El ego en nosotros es el Manmatha, "el agitador de la mente", y es él el que de­berá convertirse en cenizas por medio del impacto de la vi­sión divina. Lo Divino, Iswara, no se inclinará ante el encanto o la fuerza físicos, o el poder mundano, financiero o intelec­tual. Todo esto es lo que representa el sentido profundo del episodio de Manmatha.

Parvati sufrió austeridades extremas y se expuso (es de­cir, expuso a su conciencia del ego) al sol y a la lluvia, al frío y al hambre, y así se fue transformando hasta que, finalmen­te, Iswara (Shiva) la aceptó como la otra mitad de sí mismo. Este es el estado del progreso espiritual que se denomina in­mersión o fusión. Equivale a moksha y a mukthi, liberación (desprendimiento) y disciplina. Destruye la arrogancia, la envidia y todos los vicios afines. Y este Vidya es el real Vidya del Alma.

Moksha significa liberación. Todos los seres corporificados anhelan la liberación de las limitaciones que implica el tener un cuerpo. Cada ser viviente es forzosamente un aspi­rante a la liberación, un practicante de la renunciación. Uno deberá llegar a ser un versado en el desapego. Esto representa una verdad inapelable. Aquellos que abandonan sus cuerpos y se van, no se llevan consigo ni tan sólo un puñado de tierra. Cuando uno no aprende por sí mismo a renunciar, la naturaleza se encarga de enseñarnos, por medio de la muerte, la gran verdad de la necesidad y el valor del desape­go y del renunciamiento. Es por ello que resulta mucho me­jor aprender esta lección antes de que ello suceda. Aquella persona que la aprenda y la practique será en verdad biena­venturada.

El desapego es la segunda virtud de valor que el Vidya inculca. Si uno vacía el agua contenida en un recipiente, con ella también se va la imagen o la sombra del cielo que se re­flejaba, entrando en cambio el cielo verdadero al recipiente. Del mismo modo, cuando se descarta todo lo que no es el Al­ma, queda el Alma mismo y se habrá alcanzado la liberación. No obstante, lo que debe descartarse no son los impedimen­tos objetivos: el renunciamiento debe ser subjetivo. Mucha es la gente que interpreta renunciamiento en el sentido ya sea de entregar dinero o tierras para obras de caridad, el lle­var a cabo ofrendas y otras ceremonias consideradas sacrifi­cios, o el abandonar hogar, mujer e hijos y recluirse en el bosque. Pero renunciamiento no significa ninguno de estos gestos que más bien responden a una debilidad mental. Nin­guno de ellos reviste las dificultades que se supone implican: uno puede realizarlos todos con facilidad y renunciar a lo que cada uno de ellos prescribe. El verdadero renunciamien­to significa el abandono de los deseos.

El renunciamiento a los deseos representa la verdadera meta de la existencia de una persona, el propósito de todos sus esfuerzos. El abandono de los deseos implica el dejar de lado la lujuria, la ira, la codicia, el odio, etcétera. Por ello el renunciamiento fundamental es el que se refiere a ellos. Los demás sentimientos y emociones no son sino sus reacciones incidentales. Decimos "Kodanda Pani" (aquel que tiene en sus manos el arco Kodanda), pero ello significa que también lleva en la mano la flecha, porque el arco necesariamente la incluye. Así también, el deseo implica la presencia de la ira, la codicia, la lujuria, etcétera. Todos ellos representan las verdaderas puertas del infierno; la envidia es el pasador y el orgullo es la llave. Abran la cerradura, corran el pasador y podrán entrar fácilmente.

La ira contamina toda sabiduría que el hombre haya lo­grado ganar. El deseo desenfrenado echará a perder todas sus acciones, la codicia destruirá su devoción y su dedica­ción. El deseo, la ira y la codicia socavarán la acción, el co­nocimiento y la devoción del ser humano y harán de él un lastre. Por otra parte, la causa de la ira es el deseo, y el de­seo es consecuencia de la ignorancia, por lo tanto, hay que comenzar por destruir y eliminar esta ignorancia básica.

La ignorancia es característica del pasu (animal). ¿Qué es un pasu? "Pasyathi ithi pasuh": ¡aquello que se ve es el pasu! Esto equivale a decir que aquello que tiene la visión exterior y que acepta lo que esta visión comunica, es el pasu. La visión dirigida hacia el interior conducirá a la persona a Pasupathi, el Señor de todas las cosas vivientes, el amo de los pasus. Aquel que no ha llegado a dominar los sentidos es un pasu. El pasu posee cualidades perjudiciales que nacen con él, le son afines. Uno puede empeñarse en eliminarlas, pero no es posible transformarlas en el corto plazo. El pasu no puede librarse de ellas. No tiene la capacidad de entender el significado del consejo que se le brinda. Por ejemplo, po­demos criar a un cachorro de tigre con todo esmero y cari­ño, y enseñarle a ser cariñoso y obediente. Pero al estar hambriento sólo querrá carne cruda, no comerá verduras ni papas. El hombre, en cambio, puede ser educado con mejo­res modales, y de allí que las Escrituras declaren: "Para to­dos los seres animados representa un logro singular el llegar a nacer como hombres". En verdad, el hombre es el más afortunado y el más sagrado de entre los animales, debido a que sus cualidades innatas pueden ser sublimadas. Todo el que nace como un pasu puede, mediante su propio esfuerzo, elevarse hasta el Pasupathi, en tanto que la bestia nace y muere igual.

Una vida vivida sin llegar a controlar los propios senti­dos no merece ser denominada como tal. El hombre ha si­do dotado de muchas capacidades y si no llega a controlar por medio de ellas sus sentidos y a dirigirlos adecuada­mente, habrá desperdiciado los años que puede llegar a vivir. Vidya o la verdadera educación le ayuda al hombre a alcanzar el éxito en el proceso del autodominio. Vidya con­fiere educación, control y disciplina. La educación promue­ve la humildad. Por medio de la humildad uno llega a ad­quirir el derecho de obtener una profesión, y esa autoridad confiere prosperidad. Una persona próspera posee la capa­cidad de dedicarse a la caridad y a ejercer la rectitud en su vida. Y la rectitud en la vida confiere felicidad, tanto aquí como en el más allá.

 

EL ALMA ES INDESTRUCTIBLE

 

La educación debe determinar, por una parte, las carac­terísticas y la naturaleza de la búsqueda espiritual del Abso­luto, el Ser Superior o el Paramatma y, por otra, ahondar en ellas. Debe mostrar su verdadero carácter manifestándose como fuente de moral y estableciendo los axiomas de la vir­tud. Vidya representa su única prueba visible y constituye la raíz de la fe en todo credo. Vidya es lo que prepara la mente del hombre para que pueda apreciar la fe y adherirse a ella, como para permitirle dirigir su vida por esa dirección. Y es esto a lo que se ha llamado Filosofía.

Filosofía significa amor al conocimiento. El conocimien­to representa un tesoro de valor incalculable. La educación es la búsqueda incansable del conocimiento, impulsada por el amor a su valía, y que no se arredra ante ninguna dificul­tad. Vidya trata de indagar detrás de las formas que asumen las cosas y detrás de las apariencias con que se revisten, pa­ra llegar a descubrir la única realidad que las puede explicar. La verdad debe llegar a conocerse para poder vivir de acuer­do con ella; la verdad debe llegar a visualizarse, y ésta es la función de Vidya.

Vidya es el resplandor que baña una vida plena. En Oc­cidente, Vidya se aplica mayormente a conceptos y conje­turas, en tanto que en Oriente concierne mayormente a la verdad y a la totalidad. El Principio que Vidya persigue se encuentra más allá del ámbito de los sentidos. El ser huma­no es un triple compuesto de cuerpo, mente y espíritu y, en consecuencia, posee tres naturalezas en su configuración: 1) una naturaleza animal inferior, 2) una naturaleza huma­na, plena de habilidades y saber mundano, y 3) la genuina naturaleza de hombre, que es la naturaleza divina del Alma. El llegar a tomar conciencia de esta tercera naturaleza y es­tablecerse en ella es lo que representa Vidya.

El cuerpo es una máquina compuesta por cinco elemen­tos: éter, aire, fuego, agua y tierra. Dios juega con ella, man­teniéndose invisible.

El cuerpo es como un árbol: el amor del Ser es la raíz; los deseos son las ramas que hace brotar de sí; las cualida­des, los atributos, las formas conductuales que se basan en la naturaleza fundamental, son las flores que nacen de ellas; la alegría y el dolor son los frutos que ofrece.

El cuerpo humano es, por sí mismo, un mundo. La san­gre circula por él y anima cada una de sus partes. De mane­ra similar, Dios penetra y fluye activando cada punto del mundo.

Hay una sola ley que guía y protege este mundo: la ley del amor. Cada comunidad o cada nación tiene la alegría o el sufrimiento, la vida buena o difícil que hayan sido determi­nados por sus actividades y que deriven de ellas. Lo "malo" visto desde un punto de vista diferente es, de hecho, también "bueno": sirve para enseñar aquello que debe evitarse; nun­ca será malo o negativo para siempre, sino que su existencia siempre será breve. Ni el "bien" ni el "mal" pueden juzgarse como estados "absolutamente irremediables". Vidya revela y aclara que tanto el "bien" como el "mal" no son sino reac­ciones provocadas por las faltas o sentimientos de la mente humana.

Debemos lograr la capacidad de juzgar la diferencia en­tre una cosa "buena" y otra que nos parezca "mejor", ya que, de no ser así, nos quedaríamos con lo primero que nos parezca "bueno" y tenderíamos a descartar cualquier otra posibilidad. Hay que llegar a comprender que lo "mejor" no resulta perjudicial para lo "bueno". Del mismo modo en que la "injusticia" impele al hombre hacia la búsqueda de la "jus­ticia", son los problemas que debe enfrentar por sí mismo los que lo inducen a cultivar la compasión y la caridad. La compasión surge de una semilla ineludible: el sufrimiento. Si no existieran la injusticia, los errores y el sufrimiento, el hombre habría llegado a convertirse en un madero o en una piedra. Aquel que no tenga la capacidad de evaluación y de respuesta ante un llamado de agonía y de dolor, será como un ciego, incapaz de distinguir entre la luz y la sombra. Todo aquel que carezca de sentido del discernimiento se compor­tará ciegamente.

El deseo genera ansias. Las ansias son causa del nacer y también del morir. Cuando el ser humano haya logrado que­dar libre de deseos, no necesitará ya experimentar ni el naci­miento ni la muerte. El próximo nacimiento será sólo el re­sultado de los deseos insatisfechos en esta vida y estará de­terminado por ellos. Aquellos en los que no quede traza de deseos por objetos materiales, podrán llegar a alcanzar la conciencia de la realidad del Alma.

De hecho, el deseo de llegar a conocer a Dios, de amarlo y de ser amado por él, no es un deseo que implique atadura. Cuando emerge la conciencia de Dios en todo su esplendor, todo deseo mundano y sensorial queda reducido a cenizas en las llamas de esa conciencia. El ser individual se volverá hacia el Ser Universal tan pronto como llegue a cumplir este deseo, y ahí gozará de la Paz Suprema, Paramashanti. Para llegar a ganar la inmortalidad, el ser deberá cortar todo con­tacto con el no-ser.

Sus pensamientos juegan un papel muy importante en la configuración de sus vidas. Es por ello que se les aconseja estar atentos a todo pensamiento que surja en la mente y darle cabida únicamente a los positivos. El ser humano es un manojo de pensamientos. Vidya lleva a estabilizar los pensamientos positivos en la mente y, por esta vía, se eleva al estado de Atma Vidya.

Por ejemplo, una silla evoca en nuestra mente una idea respecto a una cierta forma que lleva un cierto nombre, en tanto que la palabra madera no producirá esa idea ni esa forma-nombre. El valor de la forma-nombre dependerá de la aplicación que se le atribuya a la madera. La relación entre uno y el mundo material deberá ser tal que haga que se des­vanezcan los deseos dentro de ustedes y no haga que se tor­nen más intensos y amplios.

En verdad, nadie ama o desea algún objeto o cosa por apreciarlo en sí mismo. Siempre se le desea por razones egoístas, en razón de uno mismo. El ser humano no realiza movimiento alguno sin un propósito específico. Sin embar­go, el saber derivado del Vidya nos revelará que el individuo no es plenamente responsable, ni siquiera la motivación que lo impulsa. El karma o actividad no nos es plenamente pro­pio. Pero es nuestro karma (acción) el que eleva o degrada nuestra posición.

La muerte implica ciertos procesos que debilitan y extin­guen la vida pero no afecta al Alma, que es eterna e indes­tructible. Por lo tanto, uno no debería temer a la muerte, que es sólo otro estado o forma de vida. Por mucho tiempo que se sufra de una enfermedad o por muy graves que sean las lesiones que uno pueda haber recibido, la muerte no podrá producirse sino cuando el tiempo señale el momento apro­piado. Cuando se acaba el anhelo por vivir, no será posible que se produzca otro nacimiento.

Es la misma energía única (Shakti) la que activa todas las manos, la que ve a través de todos los ojos y escucha a través de todos los oídos. De hecho, todo el género humano está constituido por una misma sustancia divina. El cuerpo humano, ya sea en América o en China, en Africa o en la In­dia, tiene los mismos componentes de carne, sangre y hue­sos. Las tendencias instintivas y la conciencia les son comu­nes a todos los seres vivientes. Cuando se lleva a cabo una investigación por métodos científicos, se puede demostrar la verdad de que hay signos de conciencia de vida tanto en las piedras, como en los metales o en los árboles y plantas.

El Alma es una chispa de lo Divino. Los que inquieren pueden llegar a conocer su existencia latente. Dios es Uno. No importa qué nacionalidad tengamos, qué religión profe­semos; si llegamos a dominar la ciencia del progreso espiri­tual (Atma Vidya), podremos llegar a realizar el Absoluto Universal (Brahman). El quid, el punto central, lo constituye la fe en el Dios único. Todas las demás conjeturas, creencias o concepciones giran en la periferia y no hacen sino confor­mar un encuadre para él.

 

LOS AVATARES

 

El destino ineludible de cada ser viviente es el logro de la plenitud, y no puede ser evitado ni negado por medio alguno. Nuestra actual condición de imperfección es consecuencia de nuestras actividades durante vidas previas. Es decir, los pen­samientos, sentimientos, emociones, pasiones y actos duran­te vidas pasadas son la causa de las condiciones actuales. Del mismo modo, nuestras condiciones futuras están siendo configuradas por nuestras obras, deseos, pensamientos y sentimientos presentes. En otras palabras, nosotros mismos somos la causa de nuestra fortuna o nuestra desdicha. Esto no quiere decir que no debamos buscar la ayuda de otros pa­ra apoyar nuestra buena suerte y evitar la mala. De hecho, la ayuda es esencial para todos en general, con excepción, qui­zá, de una pequeña minoría. Cuando uno recibe esta ayuda, la conciencia se purifica y sublima, y se acelera el progreso espiritual. Al final, uno logra la perfección y la plenitud.

Esta vivificante inspiración no se logra devorando libros. Se puede llegar a ella únicamente cuando un elemento-men­te hace contacto con otro elemento-mente. Aunque uno se pasara toda la vida estudiando un libro tras otro y con ello llegara a ser extraordinariamente dotado intelectualmente, no se podría avanzar ni un ápice respecto del cultivo del es­píritu. No tiene sentido alguno el declarar que, por el hecho de haber llegado a la cumbre de la inteligencia, una persona haya progresado y haya tenido éxito en alcanzar también la cumbre de la sabiduría espiritual. La erudición y la cultura no se relacionan como causa y efecto. Por muy versado que uno sea en el conocimiento mundano, sin el cultivo de la mente este saber no será sino una acumulación de desperdi­cios. El sistema educacional que enseñe cultura y permita que la cultura inunde y purifique el saber que se ha recopila­do, será realmente bueno y fructífero.

Puede que la inteligencia se agudice y se expanda como resultado del estudio de libros o, en otros términos, como re­sultado de la educación secular. Incluso puede que uno lle­gue a pronunciar maravillosos discursos sobre temas espiri­tuales. Sin embargo, no se puede sostener que la vida espiri­tual de uno haya avanzado proporcionalmente. La enseñan­za que nos imparte otra persona puede no haber entrado en nuestro corazón ni transformado nuestra naturaleza. Esta es la razón por la cual el saber sin un cultivo intensivo del espí­ritu siempre resulta estéril.

Sólo el gran ser que lleva la verdad del Alma impresa en el corazón es el que debe ser aceptado como gurú (maes­tro). Sólo el individuo capaz de aceptar esta verdad y ansio­so por conocerla podrá ser aceptado como discípulo. La si­miente debe ser portadora, en forma latente, del principio de vida, y el campo debe ser arado y preparado para la siem­bra. Si se cumplen ambas condiciones, será abundante la cosecha espiritual. El que escucha deberá poseer un intelec­to claro y receptivo, ya que de otro modo no podrá com­prender los principios filosóficos que conforman la base del conocimiento. Tanto el gurú como el discípulo deberán tener este nivel, ya que los que no respondan a esta autoridad y calificaciones no harán sino jugar y entretenerse sin propósi­to alguno en el campo espiritual.

Existen también gurús que poseen una estatura mucho mayor y capacidades mucho más profundas que estos sa­bios y cultos maestros que mencionamos. Ellos son los ava­tares, las encarnaciones humanas de Dios. Ellos, por un me­ro acto de voluntad, pueden conferir la fuerza espiritual. Ellos ordenan, y por la fuerza misma de esa orden, el más ínfimo puede elevarse a la altura del que ha alcanzado su meta. Esta clase de personas son gurús de gurús. Represen­tan la más alta manifestación de Dios en la forma humana.

Al hombre le resulta imposible visualizar a Dios de ninguna otra manera que no sea la forma humana. Es por ello que Dios, respondiendo a las plegarias de los hombres, aparece ante ellos en la forma humana, única visión que éstos pueden vivenciar como real. Cuando el ser humano trata de representar o de vi­sualizar a Dios de cualquier otra forma, aun realizando los ma­yores esfuerzos, no logra sino llegar a formas muy inferiores a la real. En tanto seamos humanos, jamás llegaremos a ser capa­ces, aun recurriendo a toda nuestra imaginación, de represen­tarnos a Dios en ninguna forma que vaya más allá de la hu­mana. De modo que hay que esperar la oportunidad de percibir la realidad de la Persona, cuando, por uno mismo, se logre al­canzar un nivel que se sitúe por encima y más allá de lo huma­no.

La investigación superficial que es capaz de llevar a cabo la razón humana no alimentada por la sabiduría, no nos lleva más que a percibir la nada. Cuando en su presencia alguna persona así critique a los avatares, háganle la siguiente pre­gunta: ¿Entiendes el significado de los términos omniscien­cia, omnipotencia y omnipresencia? El hombre está limitado a la naturaleza física con la que entra en contacto a través de sus sentidos, de modo que es impotente frente a estas ideas y su comprensión. El docto orador no sabrá más sobre ellas que el analfabeto común. Sin embargo, pese a ser ignorantes respecto de estos vastos horizontes del pensamiento, estos oradores pueden llegar a crear confusión y desasosiego con sus enseñanzas.

En realidad, la educación espiritual constituye la expe­riencia de la verdad, y no debe confundirse la experiencia de la verdad con el agrado que pueda despertar en nosotros una oratoria brillante; esa experiencia se produce solamente en el más íntimo tabernáculo del ser.

Así como ha sido creado, el ser humano actual es un ser limitado, incapaz de ver a Dios más que como hombre. No hay otra alternativa posible. Cuando los búfalos ansíen ado­rar a Dios, dentro de las limitaciones que les impone su na­turaleza de búfalos, no podrán imaginar a Dios sino como el Búfalo Cósmico. Y así también, el hombre imagina al Principio Divino como al Purusha Cósmico (Creador del Univer­so), con figura, miembros y cualidades humanas.

Hombre, búfalo, pez... todos pueden compararse a reci­pientes o envases. Imaginemos que estos recipientes van hacia el ilimitado Océano de la Divinidad para llenarse en él. ¿No es cierto que cada uno se llenará únicamente de acuer­do con su propia forma y tamaño? El recipiente humano re­cibirá y aceptará a Dios como teniendo forma humana, el re­cipiente búfalo como teniendo la forma del búfalo y el reci­piente pez como teniendo la forma del pez. Todos estos reci­pientes-formas contendrán la misma agua del Océano de la Divinidad.

Es así que cuando los hombres visualizan a Dios, lo ven como humano. Cada cual proyectará en Dios su propia forma.

 

PENSAMIENTOS

Y CONDUCTA DISCIPLINADOS

 

El ser humano es como una semilla y así como la semi­lla produce un brote que se desarrolla hasta convertirse en un árbol, también el hombre debe desarrollarse para llegar a alcanzar la perfección. Para alcanzar esta meta, el hombre deberá llegar a dominar dos campos del conocimiento. El primero es el del conocimiento del mundo, es decir, el cono­cimiento que se refiere al universo manifestado. El segundo es el conocimiento del otro mundo. El primero es el que pro­porciona los medios para vivir, el segundo entrega el objeti­vo de la vida. Los medios para vivir son las cosas destinadas a satisfacer nuestras necesidades cotidianas. Uno deberá ad­quirirlas y almacenarlas o adquirirlas en el momento en que se requieran. El conocimiento de la meta de la vida, por su parte, encierra la investigación y el inquirir en interrogantes como: ¿Para qué fines debemos vivir? ¿Quién es el Creador de todo lo que llegamos a percibir? ¿Qué es lo que soy exac­tamente, qué es este "yo" mío particular? El inquirir perma­nentemente en este sentido llega, finalmente, a revelarnos la meta.

Las Escrituras de todas las religiones y los varios códi­gos morales que derivan de ellas se ocupan de problemas que trascienden los límites de este mundo, como por ejem­plo: ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que realmente debe­mos hacer para merecer esta oportunidad de vida? ¿Qué lle­garemos a ser?... ¿Cuál es la forma más provechosa para el hombre de vivir en este mundo? La respuesta es: el vivir una vida regular y disciplinada. La educación real deberá prepa­rar al hombre para observar algunos límites y restricciones. Llevamos a cabo grandes esfuerzos y nos sometemos a todo tipo de privaciones con el objeto de llegar a dominar el co­nocimiento del mundo. Para desarrollar nuestro físico nos preocupamos de seguir uno u otro régimen al pie de la letra. Y esto sucede respecto de cualquier objetivo que nos haya­mos propuesto: siempre acatamos un código de conducta o una disciplina apropiados.

¿Cuáles son exactamente los beneficios que proporcio­nan un pensamiento y una conducta disciplinados? En todo comienzo, las normas y reglamentaciones son elementales. Ello nos capacita para expandir nuestra percepción hasta las regiones situadas más allá del alcance de los sentidos. Más tarde, uno podrá viajar más allá de los límites del alcance de la propia mente e incluso sobrepasar los muros más exter­nos de lo que está al alcance de los poderes comprendidos en el cuerpo humano. Por último, uno llega a realizar y a ex­perimentar la verdad de la verdad, es decir, uno es aquel Uno que es inmanente en todo, o sea, la totalidad del Cos­mos. Cuando uno se centra en esta fe y en esta clara con­ciencia, estará pleno de bienaventuranza. Esto es Vidya, la adquisición de educación verdadera, la culminación del pro­ceso educativo óptimo. Durante este proceso, Vidya también instruye, de manera incidental, sobre la configuración ideal de la sociedad, las afiliaciones más deseables entre hombre y hombre, las relaciones más beneficiosas entre pueblos, ra­zas, naciones y comunidades y las formas y maneras ópti­mas con referencia a la vida diaria. Vidya los implanta en el corazón, tan profundamente como sea necesario para el pro­greso humano.

De todas las profesiones, la que debería adherirse ma­yormente al ideal de la verdad es la de maestro. Cuando los maestros se apartan de este ideal de la verdad, la sociedad se ve enfrentada al desastre. Miles de tiernos niños, desco­nocedores del mundo, son los que pasan por las manos de los docentes. El impacto de sus enseñanzas y de su perso­nalidad siempre es grande y duradero. Debido a esto, el ma­estro deberá estar libre de malos hábitos, puesto que es sabido que los niños adoptan automáticamente los hábitos y modos de los mayores. Este hecho presenta un peligro siempre latente. Cuando la influencia negativa es dirigida permanentemente hacia los miles que reciben su impacto, se va contaminando la sociedad y, con el tiempo, el mal so­cial se vuelve para contaminar, esta vez de manera diferente, al maestro. "Esta es la lección que me enseñaste, Señor", di­ce la canción. Y llega el día en que el maestro es humillado y ridiculizado por sus propios alumnos. Este es el motivo por el que debe cultivar y desarrollar virtudes. Un rey es objeto de honores y es respetado únicamente en su reino, dentro de sus fronteras, en tanto que el hombre virtuoso es venerado y honrado en cualquier lugar.

Una persona puede poseer una belleza física sobresalien­te, puede estar en la plenitud de su juventud, puede vanaglo­riarse de la nobleza de su linaje, puede ser un sabio de re­nombre, mas si carece de las virtudes que le asegura la dis­ciplina espiritual (Vidya), no se le podrá considerar sino co­mo una hermosa flor desprovista de aroma.

Cuando era bastante joven todavía, Gandhi fue con su madre a ver la obra teatral "Sravana y su devoción por sus padres", y decidió que debía ser como Sravana. Luego vio una obra sobre Harichandra que lo impresionó tanto como para que decidiera llegar a ser tan heroicamente dedicado a la virtud como lo fue Harichandra mismo. Las impresiones que estas obras dejaron grabadas en él fueron tan profundas, como para que llegara a convertirse en un mahatma. Cuan­do iba a la escuela, Gandhi tuvo un maestro que enseñaba caminos equivocados, mas Gandhi no siguió sus consejos. Fue su desarrollo espiritual y el cultivo de las virtudes lo que lo llevó finalmente a conseguir la libertad para el país. En es­ta tierra de Bharath (India) hay miles y miles de posibles mahatmas. Los ejemplos que debemos mantener constante­mente ante los ojos de los niños, son los de todos aquellos hombres y mujeres que aprendieron, practicaron e hicieron suya la formación espiritual, el Atma Vidya.

La antigua cultura de Bharath, el Sanathana Dharma*, ha sido aclamada por su supremo valor no sólo por los bharathiyas (las gentes de esta tierra), sino por gente de todo el mun­do. La razón para su renombre universal reside en que esta cultura se basa en los Vedas. Los Vedas son la fuente de todos los principios de moralidad o Dharma. El Dharma implica to­das las prescripciones respecto de las acciones y actitudes que se requieren para preservar al ser humano en la posición que ha llegado a ganar y que es la más alta entre todos los animales y seres vivientes. Los Vedas constituyen un arca del tesoro que contiene todos los deberes y obligaciones y todos los derechos y responsabilidades que el ser humano debe aceptar, acatar e integrar en sí en su vida.

 

* Sanathana Dharma: La Justicia Eterna que enseña la Verdad de todas las religiones.


 

En las antiguas ermitas, una vez que el alumno había fi­nalizado sus estudios bajo la dirección de un gurú, éste pro­cedía a darle una serie de consejos de tal categoría como ningún alumno podía recibir en ninguna otra parte ni en país alguno: "que tu madre sea tu Dios", "que tu padre sea tu Dios", "que tu preceptor sea tu Dios". "Habla la verdad", "actúa correctamente", "no adoptes otras costumbres". Es­tos eran los mandamientos. "Evita todo acto incorrecto. De­dícate únicamente a aquellas actividades que contribuyan a tu progreso". Los Vedas y las Upanishads (escrituras) se re­fieren a estos mandamientos cuando señalan que debemos elevar la plegaria: "Shanti, Shanti, Shanti", al rezar por la paz en el mundo.

Todos los consejos que se le dan al discípulo están llenos de poder. Gracias al dedicado servicio para con su padre y su madre Dharmavyada ganó fama eterna. Rama y Harischandra se hicieron inmortales gracias a su permanente adhesión a la Verdad. Hombres simples y comunes se elevaron a la po­sición de grandes seres divinos por medio de su adhesión y práctica de la conducta correcta. Buda desistió de todo daño a los seres vivientes, habló de la no violencia como la más al­ta moralidad y fue así que llegó a ser reverenciado como un maestro universal.

El verdadero ascetismo en la vida es la observancia de estas disciplinas y restricciones tal y como fueron prescriptas. La mente es el primero y el más importante de los tres instrumentos internos del ser humano. Debemos proteger la mente de manera que no entren en ella ni el apego, ni la pa­sión, ni la agitación, en especial porque todos estos extre­mos le son naturales. El oleaje que puede llegar a tomar fuerza dentro de la mente es el de la lujuria, la ira, la codicia, el apego, el orgullo y la envidia, todos los cuales representan a los seis enemigos internos del ser humano. Y son los dos primeros los que arrastran a los cuatro restantes en su corte­jo. La práctica espiritual es lo que representa la mejor ayuda para poder liberarnos de ellos y marchar por la buena senda. Y estas prácticas las aprendemos por medio de Vidya.

 

EL SERVICIO DESINTERESADO

El trabajo realizado sin interés ni deseo por los beneficios que produzca, sino meramente por amor o por sentido del deber, constituye el yoga. Este tipo de yoga va destruyendo la naturaleza de tipo animal del ser humano, transformándo­lo en un ser divino. Sirvan a los otros visualizándolos como Almas afines. Esto le ayuda a uno a progresar y le salva de descender del nivel alcanzado. El servicio resulta mucho más saludable incluso que los sacrificios y el culto. El servi­cio hace que se desintegre el egoísmo latente en cada uno, hace que el corazón se abra y florezca.

Es así que el trabajo realizado sin deseos representa el ideal supremo para el hombre y cuando la mansión de la vi­da se levanta sobre estos cimientos, la sutil influencia de es­te basamento de servicio desinteresado, ayudará a que se vayan acumulando sobre él las virtudes. El servicio debe re­presentar la expresión exterior de la bondad interior. Así, mientras más se dedique uno al servicio, la conciencia tam­bién se expande y se ahonda más y más, y se va conocien­do también con mayor claridad la realidad del Alma.

Este ideal del servicio y la necesidad interna por llevarlo a la práctica, conforman el núcleo mismo de la educación. El amor puro, su principal manifestación, es lo que constitu­ye la educación; nada más podría hacerlo. Dios ama como a sus hijos más queridos a aquellos que le hacen el bien a la humanidad. Ellos son los hermanos ideales de sus semejan­tes. Y son ellos los que merecen y adquieren la conciencia del Alma.

Todo aquel que dedique su riqueza, su fuerza, su intelec­to o su devoción a impulsar el avance del género humano, deberá considerarse como una persona que debe ser reve­renciada. Existen aquellos que han nacido para un propósito noble, los que observan el sagrado voto del servicio sin mancharlo con trazas de egoísmo.

Una persona se hace en verdad grande cuando, impulsa­da por la necesidad de ayudar al progreso de otros, dedica su fortuna, su talento o su inteligencia, su posición y posibili­dades a esta labor. Alguien así es un real custodio del mun­do. El que está consciente de sus deberes y obligaciones fundamentales y vive sus días llevándolos a la práctica, se encontrará al final en la Paz Suprema en donde quiera que esté, y la extenderá a su entorno por la mera influencia de su presencia.

Vidya impele al hombre a lanzar al fuego sacrificial su es­trecho ego y a nutrir en su lugar al amor universal, lo que constituye el cimiento para levantar la estructura superior de la victoria espiritual. Aquel amor que no conoce de límites, purifica y santifica la mente. Dejen que los pensamientos se centren en torno de Dios, que los sentimientos y las emocio­nes sean sagrados y que los actos y actividades sean la expre­sión del servicio desinteresado. Hagan así que mente, corazón y manos se saturen con el bien. Vidya también debe contem­plar esta tarea de sublimación del quehacer humano. Primero deberá instilar en el ser humano el secreto del servicio: el ser­vicio que se le preste al prójimo deberá producir alegría en to­do sentido. Además, Vidya deberá enfatizar que no se inflija ni perjuicio ni dolor ni pesar a nadie en nombre del servicio.

Mientras se preste algún servicio, no debe manchárselo con la actitud de llevarlo a cabo para la propia satisfacción, sino que debe ser prestado como parte esencial del proceso mismo de vivir. Este es el verdadero contenido de Vidya. Así como se requiere de ladrillos y cemento para la construcción de una casa, así también la actividad del servicio requiere de Vidya para fortalecer nuestra resolución de purificar nuestro pensamiento, nuestra palabra y nuestro actuar para llevar a cabo nuestros deberes. Este tipo de Vidya es el que repre­senta la clave para el progreso del país.

¿Cuál es exactamente el secreto para asegurarle la paz y la prosperidad al género humano? El brindarle nuestro servi­cio a otros sin esperar su servicio en retribución. El karma, o actividad que ata es un inmenso árbol que crece con gran rapidez. El hacha que puede cortarle las raíces es la siguien­te: la realización de cada acto como un acto de adoración para glorificar al Señor. Esto es lo que viene a ser el más im­portante de los rituales. Este sacrificio es el que estimula y otorga el Conocimiento de Brahman. Pongan atención a lo siguiente: el anhelo de llevar a cabo el servicio debe fluir por cada uno de los nervios del cuerpo, debe penetrar en cada uno de sus huesos y debe activar cada célula. Aquellos que se dedican a la práctica espiritual deberán haber llegado pri­mero a posesionarse de esta actitud respecto del servicio.

El servicio (seva) es el capullo del amor (prema), una flor que llena el corazón de deleite. La fragancia de esta flor es el ser inofensivo. Deberán cuidar de que hasta los actos más in­significantes estén saturados de compasión y reverencia y tengan la completa seguridad de que esto hará que su carác­ter se vaya haciendo cada vez más luminoso con ello. La más alta felicidad la constituye el contentamiento. En donde no haya rudeza brotará la santidad y florecerá la virtud, en tanto que donde reine la codicia, el vicio proliferará. Uno debe cor­tar de raíz el impulso de vivir como un toro solitario; no acari­cien el deseo de la soledad ni siquiera en sueños.

Vidya les instruirá respecto de pensar primero en sí mis­mos. Luego de haber logrado realizar la transformación de sí mismos podrán pensar en reformar a otros: éste es uno de los consejos que les ofrece Vidya. El ilusorio apego al mundo pue­de hacerse desaparecer por medio del servicio desinteresado, prestado en todo momento como un acto de adoración a Dios. El amor al terruño y el amor a la patria deben considerarse co­mo menos importantes que el amor al género humano. La ge­nuina devoción se caracteriza por el amor a todos, en todo momento y en todo lugar.

Sus actos y gestos, su apariencia y su lenguaje, sus há­bitos alimentarios, su manera de vestir, sus movimientos, to­do revelará su verdadera naturaleza. Debido a ello, presten atención a todas estas manifestaciones y cuiden que su lenguaje, sus movimientos, sus pensamientos, su conducta, re­flejen armonía y amor, que sean puros y estén libres de descontrol o extravagancias.

Deben desarrollar suficiente humildad como para llegar al convencimiento de que es mucho lo que pueden aprender de otros. Su entusiasmo, su ambición, su resolución, su capaci­dad de trabajo, su acopio de conocimientos, su sabiduría, to­do ello debe utilizarse con relación a los demás y no sólo pa­ra ustedes mismos. Su corazón deberá abarcar a todos los demás y también sus pensamientos deberán regirse por este mismo patrón.

El ingerir alimento constituye un ritual sagrado, repre­senta un ejercicio espiritual, una ofrenda. Jamás deberán co­mer en momentos de ansiedad o de tensión emocional. El alimento ha de considerarse como una medicina para la en­fermedad del hambre y como el sustento para la vida.

Los problemas que puedan ir encontrando deberán consi­derarlos como una afortunada oportunidad para desarrollar la fortaleza de su mente y para fortalecer su resistencia frente a todo.

La característica de la Naturaleza es la de "manifestarse como una multiplicidad"; la característica de lo Divino es "el absorberlo todo en la unidad". De manera que cualquiera que odie a otro, que lo rebaje o que lo denigre, es en verdad muy tonto, porque con ello no estará sino odiándose, reba­jándose o denigrándose a sí mismo, sólo que no está cons­ciente de esta verdad. Vidya instruye al ser humano para es­tablecerse en esta verdad y le demuestra la Divinidad subya­cente.

Hay que plantar la rosa de la divinidad en el corazón, junto a los jazmines de la humildad, teniendo a la generosi­dad como césped. En el botiquín de cada estudiante no de­berán faltar las tabletas de la discriminación, las gotas del autocontrol ni las tres pomadas de la fe, la devoción y la paciencia. Con el uso de estos medicamentos, cada cual podrá evitar el contraer esa seria enfermedad llamada "ig­norancia".

Hay muchas fuerzas destructoras en el mundo, pero jun­to a ellas hay también, afortunadamente, muchas fuerzas constructivas. Los estudiantes de Vidya jamás deberían vol­verse adoradores de los elementos materiales (yantras), sino que deberán transformarse en personas activas que le rindan culto a Dios y a las fórmulas místicas y sagradas (mantras). La autoridad y el poder son fortísimos tóxicos que contami­nan y envenenan al hombre hasta destruirle. Ellos no hacen sino presagiar desgracia, en tanto que Vidya le conferirá ple­nitud y fortuna.

 

EL CONOCIMIENTO ES LIBERTAD

 

Los beneficios que podamos obtener de cualquier cosa siempre serán proporcionales a la fe que pongamos en ella. El culto a los dioses, las peregrinaciones a lugares sagrados, la entonación de mantras*, al igual que el recurrir a los mé­dicos, nos brindarán beneficios únicamente en la medida de la fe que hayamos puesto en ellos. Si asistimos a la confe­rencia que dicte alguien, cuanto más creamos en él en cuan­to conocedor y exponente de la materia de que trate, más clara y directamente podremos sopesar el tema y más pro­fundamente podremos comprenderlo. Para el desarrollo de la fe y el crecimiento de la comprensión, el requisito esencial lo representa la pureza del corazón, puesto que constituye la base misma del pensamiento y de los niveles de conciencia. Así, por ejemplo, si llegara a emprenderse el autoanálisis y la investigación del Alma en momentos en que uno esté su­mido en diversos compromisos mundanos y materiales, el esfuerzo resultaría estéril y vano, ya que no habría sido ge­nerado por una voluntad plenamente centrada en él.

En primer término, deberá procederse a retirar la concien­cia del mundo de los objetos para volverla hacia el interior, ha­cia la percepción consciente del Alma. Las semillas no pueden sino germinar en una tierra bien labrada y, de igual manera, la simiente de la sabiduría del Alma, Vidya, puede germinar en la tierra del corazón sólo cuando ésta ha sido cultivada eficiente­mente.

 

* Fórmulas místicas de alto contenido vibratorio.

 

No se den por satisfechos con sólo escuchar consejos. Deberán reflexionar después sobre todo aquello que han es­cuchado, y todo lo que de esta manera haya llegado a gra­barse en la mente deberá llegar a expresarse más adelante en los pensamientos, las palabras y las acciones. Esta es la única manera en que la verdad puede llegar a constituirse en un tesoro dentro del corazón; sólo así podrá llegar a circular por las venas y llegar a manifestarse en todo su esplendor a través de ustedes.

Todos estos días en que han estado escuchando discur­sos y conferencias, han llegado a convertirse en cansancio, malestar y locura. Para muchos, el haberlos escuchado sig­nifica pensar que ya lo saben todo. Pero el verdadero propó­sito de la búsqueda de la verdad es lograr la liberación para uno mismo; el anhelo deberá ser profundo y persistente. En­tonces el ansia de conocer y de experimentar la verdad pue­de llegar a convertirse en un yoga, un proceso de unión.

En el yoga la unión se produce entre el Dharma (recti­tud) y la Divinidad. Cuanto más prosperen en el ser humano males como la lujuria, la ira, etcétera, más decrecerá en él la Divinidad. Es decir, que su fe en el Alma declinará propor­cionalmente a la rapidez con que se desarrollen estos males.

La fe es sumamente importante: la fe en que la realidad de uno es el Alma, constituye el verdadero Vidya. Una vez que declinan y desaparecen la lujuria, la ira, etcétera, puede desarrollarse y afirmarse la fe en el Alma y en la validez de la indagación espiritual.

El desapego representa el cimiento mismo para la ob­tención del conocimiento de Brahman (del Absoluto Univer­sal). Incluso para una edificación pequeña se requerirá de ci­mientos estables y firmes, ya que, en caso contrario, correrá el peligro de derrumbarse a corto plazo. Cuando hay que elaborar una guirnalda necesitamos de hilo, aguja y flores... ¿no es así? Así también, cuando se busca adquirir la sabidu­ría, son esenciales la devoción (el hilo), el desapego (la agu­ja) y la concentración en un solo punto (las flores).

No hay nadie en el mundo que no ansíe la victoria, y na­die desea la derrota; todos ansían la riqueza y nadie desea la pobreza. Sin embargo, ¿cómo es posible lograr la victoria y la riqueza? Se requiere meditar sobre ello para descubrirlo, aunque no necesitemos darle muchas vueltas para encontrar la solución. De acuerdo con el Mahabharata, Sanjaya le reve­ló el secreto al rey Dhritharashtra: "Donde se encuentran reu­nidos tanto Krishna, el Señor del Yoga, como Arjuna, el que empuña el arco, se encuentra asegurada la victoria y se lo­grará la riqueza". ¿Qué más necesitamos después de este consejo? No hay necesidad de enfrentar la triple lucha —físi­ca, mental e intelectual— para obtener la victoria. No hay ne­cesidad de sentirse perturbado o angustiado; no se requiere bregar por la fortuna y la prosperidad. Busquen refugio en Dios, empuñen el arco del coraje, es decir, enarbolen un co­razón puro. Con ello basta. La victoria y la fortuna serán su­yas. Mas, al perseguirlas, no dejen de recordar que no son si­no sombras, cosas insustanciales. Les será imposible atrapar a su propia sombra, aunque el Sol la proyecte enfrente de us­tedes y la persigan durante un millón de años, ya que siem­pre les rehuirá y se mantendrá fuera de su alcance. Si se vuelven de cara al sol, empero, ¡vean lo que sucede!... La sombra quedará a sus espaldas y les seguirá en lugar de pre­cederles, caminará sobre sus huellas como una esclava. A esta sombra deben considerarla como símbolo de maya (ilu­sión). Mientras sigan a maya, Dios será ignorado y se man­tendrá oculto. No podrán lograr su visión. Estarán enredados en la maraña de nacimiento y muerte y se mantendrán siem­pre esclavizados. Es justamente de esta atmósfera de depen­dencia de la que uno debe liberarse. Mas si todo nuestro em­peño se orienta hacia los placeres sensoriales, no estaremos demostrando sino signos de una ignorancia absoluta.

Los que están esclavizados deben hacer uso de toda su habilidad y energía para liberarse. Esto resulta crucial para cualquier otro logro, todo lo demás no es sino incidental. Sin embargo, en la actualidad la gente se encuentra inmersa en búsquedas y afanes secundarios, olvidando lo fundamental. Pero deben tratar de recordar en todo momento que son el Alma y no distintos elementos reunidos como un cuerpo.

Un rey tenía en su palacio, como mascota, a un loro Ra­ma que vivía en una jaula de oro. Era alimentado con dulces frutas y se le servían néctares para calmar su sed. Todos los días, la reina en persona le traía su alimento, lo acariciaba y le hablaba con cariño. ¿Disfrutaba el loro Rama de su rega­lada vida? En absoluto. Siempre se le veía triste... ¿y por qué razón? Nada le importaba su jaula de oro, ni las frutas y dul­ces bebidas, ni le enorgullecía que fuera la reina misma a alimentarlo. No le prestaba atención a ninguna de las bonda­des de su vida. Su único anhelo era el que un día pudiera posarse entre las ramas verdes de un árbol en medio del bosque. Su cuerpo recibía un trato principesco en el palacio real, pero su mente volaba hacia el tupido bosque en donde había sido capturado un día. Había nacido en la selva, en un verde árbol, y pensaba que era mejor ser libre en su medio, como un pájaro insignificante, que ser mimado, acariciado, alimentado y admirado por reyes y reinas, encerrado en una jaula. Si solamente el hombre lograra despertar su concien­cia, seguramente sentiría nostalgia por su hogar, que es el Alma Suprema Universal (Dios) y se alejaría del mundo de los objetos, en donde es un extraño.

Ya sea por razones políticas o de otra clase, hay perso­nas que son arrestadas y mantenidas en detención con el objeto de resguardar la paz y el orden del país. Puede que en el lugar de confinamiento el alojamiento sea confortable, la comida buena y que se les dé un tratamiento especial de acuerdo con su posición, ya sea política o social, pero en torno a la prisión y en los jardines habrá guardias que se mantendrán siempre alertas. Cualesquiera sean las conside­raciones con que se les trate, las personas no dejarán de ser prisioneros y no hombres libres.

De manera similar, la persona confinada en el mundo y en la vida que se vive en él, no debería sentirse contenta de poder consumir toda una variedad de comidas exquisitas o de poder disfrutar toda clase de lujos raros. No debería rego­cijarse ante las comodidades sensoriales de que puede go­zar, no debería enorgullecerse de los amigos y familia que posee. En todo momento debería darse cuenta y estar cons­ciente de la verdad: que está, realmente, en una prisión.

 

EL CONOCIMIENTO DEL ALMA
ES EL CAMINO

 

Los problemas mundiales están asumiendo hoy en día formas desconocidas y adquiriendo mayores proporciones. Han dejado de ser individuales y locales. Se han vuelto glo­bales y afectan a toda la humanidad. Por una parte, la Cien­cia y la Tecnología avanzan en desarrollos cósmicos. La ma­ravilla que significan los plásticos, la electrónica y la compu­tación está alcanzando grandes alturas. Por otra parte, el gé­nero humano se ve afligido por continuas crisis políticas y económicas, nacionales y provinciales, por rivalidades reli­giosas, raciales y de casta, por prejuicios y por revueltas que han alcanzado incluso hasta los ámbitos académicos. Ello ha hecho cundir la indisciplina y el libertinaje en todo el mundo.

Todo lo cual refleja una situación desequilibrada y con­tradictoria. ¿Cuál es realmente la causa? ¿Reside ésta en la alarmante declinación que han experimentado la religión y la moral en la mente humana? El género humano tiene a su al­cance muchos medios y métodos a través de los cuales po­dría lograr sabiduría y paz. Puede extraer una guía de incal­culable valor de los Vedas y los Shastras, del Brahmasutra, de la Biblia, del Corán y del Zendavesta, del Gran Saheb y de muchos otros de los textos sagrados, que rebasan los mil. En esa tierra (Bharath) no hay escasez de monasterios y de órdenes religiosas, exponentes de disciplinas y doctrinas espirituales, eruditos y ancianos venerables. Sin embargo, con todo esto, la mente humana está degenerando en los aspec­tos ético, espiritual y religioso de la vida, de manera cons­tante y progresiva. ¿Qué razón hay para esta declinación?

Actualmente, los hombres han llegado a ser mucho más perversos de lo que nunca antes lo habían sido. Más que en ninguna era pasada, hacen uso de su inteligencia y su talento para solazarse en la crueldad. Parece que el hombre gozara de tal manera infligiéndole dolor a otros que, como lo revela la historia, se han librado 15.000 guerras en los últimos 5.500 años... y no se muestran signos de que este espantoso pasa­tiempo vaya a terminar. Una inminente guerra nuclear signifi­caría la destrucción de la raza humana. ¿Y cuál es, exacta­mente, la causa de toda esta ansiedad y este horror? Resulta patente que aún predomina la bestia en el hombre; aún no ha sido dominada. Sólo cuando esto se haya logrado, podremos alcanzar paz y alegría.

El odio, la envidia, la codicia, el deseo de sobresalir, de competir y de compararse con otros... todos estos rasgos negativos han de ser arrancados de raíz. Estos rasgos están viciando, no ya solamente a la generalidad de los hombres, sino también a los ascetas, los monjes, los superiores de ins­tituciones religiosas y eruditos, entre los cuales la envidia y la codicia han causado verdaderos estragos. Cuando todos estos maestros y preceptores que se proyectan como encar­nación de ideales exhiben toda esta gama de características tan bajas, ¿cómo podrían corregir al mundo? Su único apor­te es la intensificación de esta corrupción.

Lo que el mundo de hoy necesita no es un nuevo orden ni una nueva educación, ni un nuevo sistema ni una nueva sociedad, ni una nueva religión. El remedio debe buscarse en una mente y un corazón llenos de virtud, de una piedad que debe echar raíces y germinar en todo lugar, en especial en la mente y el corazón de los jóvenes y los niños. Los bue­nos y los piadosos deben hacer suyo el deber de promover esta tarea, como la única gran disciplina espiritual que haya de emprenderse.

Para lograr el éxito en esta tarea, la gran ayuda la consti­tuye sólo el Brahma Vidya, pero el hombre actual ha puesto toda su fe en adquirir y acumular, se ha vuelto incapaz para renunciar a algo o desprenderse de algo. Carece de fe en la verdad. Se siente atraído por la falsedad, y siente que la ver­dad no es más que un impedimento. Ello le impide darse cuenta de que la muerte es la feliz consumación de una vida gloriosa y, por ende, muere miserablemente y sumido en la angustia.

La gente proclama incesantemente y repite como loro las palabras verdad, no violencia, justicia y amor. Sostiene que no hay religión superior a la verdad. Mas resulta sor­prendente que lo único que el hombre no desea tener es jus­tamente esa verdad.

El hombre anhela saberlo todo, pero no anhela saber la verdad. Y, sobre todo, no muestra el menor deseo de cono­cer la verdad acerca de sí mismo. Su atención no se orienta en este sentido. Y, aunque lo hiciera, sería sólo para justificar sus propios temores y prejuicios. Por lo tanto, es indispensa­ble que el hombre comience a descartar sus flaquezas y su tendencia a causar daño.

Aquello que no se encuentra ni en el principio ni el final, sino que se manifiesta sólo en el intervalo, en el período que media entre ambos, no puede ser verdaderamente real. Es mithya* y no sathya (verdad). El Cosmos no existía antes de emerger, ni podrá seguir existiendo después de haberse su­mergido, es decir, después de pralaya (día de la disolución final). Aquello que se evidencia en el intermedio sólo podrá ser una verdad aparente, una verdad temporal y limitada. No puede ser la verdad invariable e inalterable.

Este es el lineamiento sobre el cual el hombre debería considerar el valor y la validez de cada objeto en el Universo. El cuerpo, por ejemplo, no estaba antes de nacer y no está después de la muerte. Es como una olla de barro; existe con ese nombre y forma sólo por algún tiempo, para reasumir luego su naturaleza de barro. La "olla" no es sino barro al que se le han agregado, por medios artificiales, una forma y un nombre. Sean cuales fueren los objetos, todo en el Uni­verso está inexorablemente sujeto al impacto del tiempo y está condenado a la muerte y la destrucción. El árbol y el suelo, la casa y el cuerpo, el rey y el reino, todos y cada uno enfrentan la misma consumación. El hombre ignora la ma­nera en que puede llegar a tomar conciencia de lo inmortal en él. Está enamorado del conocimiento que concierne al mundo fenoménico. Aquellos que se dejan llevar por esta fá­cil tentación son como quienes abandonan el jardín del Edén y se lanzan hacia la jungla de vegetación venenosa. Estos le vuelven las espaldas a su origen, al Alma. Se dejan fascinar por la imagen, los fenómenos visibles, observables. Con esta actitud sólo se proclaman como ignorantes consumados y no como conocedores o buscadores de la verdad.

 

* Ilusión, apariencia. Mezcla de verdad y falsedad.

 

El hombre debería saber que ni un gramo de felicidad ge­nuina puede obtenerse de los "tres mundos", las "tres divisio­nes del tiempo" y los "tres niveles de conciencia de la vida diaria" (vigilia, sueño y sueño profundo). Sólo los necios entre los hombres buscan satisfacerse en base a la felicidad ficticia y limitada que brindan las actividades mundanas. Los sabios conocen mejor. Aquellos que pasan de largo ante los sabrosos racimos de uvas dulces y se abalanzan hacia los abrojos son "camellos", resulta imposible clasificarlos como otra especie.

Desde la distancia, las cumbres de las montañas son en­cantadoras; cuando uno se acerca a ellas, nos confrontan con aterradoras junglas. Así también, el mundo parece en­cantador en tanto los hombres no hayan sondeado en su sig­nificado y su valor. Cuando se hace uso de la discriminación para profundizar en su valor, se logra develar la verdad de que ni la jungla familiar ni la del mundo nos pueden entregar una felicidad genuina. Sólo el Alma puede proporcionar esa dicha. ¿El lago que nos parece refrescante e invitador en tanto dura el espejismo, puede calmar nuestra sed? Si uno se engaña creyéndolo, y corre hacia ese espejo de agua ine­xistente, sólo se pondrá más sediento. No obtendrá ningún beneficio.

Es por ello que hay que buscar aprender el Atma Vidya, el proceso por medio del cual uno se hace consciente de la propia realidad del Alma. Al aprenderla y vivirla, uno puede calmar su propia sed y ayudar a calmar la sed de todo el gé­nero humano.


LOS TRES TIPOS DE FELICIDAD

 

El hombre debe lograr muchas cosas durante su vida. La más alta y valiosa de todas ellas es la misericordia y el amor de Dios. El amor de Dios le otorgará, por añadidura, la gran sabiduría que le será necesaria para alcanzar la paz interior inalterable. Todos y cada uno deberán esforzarse por llegar a entender la verdadera naturaleza de la Divinidad. Es obvio que, en el comienzo mismo de su intento, el hombre no po­drá captar el fenómeno del Absoluto inmanifiesto. En un principio deberá imponerle una forma y algunos atributos para poder acercarse a El. Luego, deberá tratar de llevarlo hasta su santuario interior, gradualmente, haciendo que des­cienda la Energía Divina. La persona empeñada en conse­guir el éxito en esta empresa, no representa meramente a una entidad buscadora con derecho a perseguir una meta. También deberá cultivar el espíritu de servicio y empeñarse en buenas acciones que le ganen la gratitud de la gente. Só­lo así podrá cumplir con la tarea de purificar los niveles de su conciencia y convertirse en un digno candidato a la victo­ria espiritual.

El estado de reclusión no significa la mera aceptación de la cuarta etapa de la vida, con sus derechos y obligaciones, el retiro luego de haber cortado todo contacto con el mundo, pa­ra llevar una austera vida de ascetismo. El renunciante debe moverse entre la gente, debe llegar a comprender sus pesares y alegrías, y debe impartirles la instrucción que tanto necesi­tan. Este es el deber que deben cumplir los monjes.

El renunciante (sanyasi) puede ser comparado con una especie de pez. El pez se mueve en las profundidades de un lago, de uno a otro lugar, jamás permanece quieto en un so­lo sitio. Mientras nada de un punto a otro, el pez va comien­do gusanos, larvas y huevos de insectos, con lo cual colabo­ra a mantener la pureza del agua. De manera similar, el re­nunciante debe moverse de un lugar a otro, viajando hasta los más alejados rincones del país. Su deber es el de limpiar del mal a la sociedad por medio de su ejemplo y sus precep­tos. Debe proceder a transformarla mediante sus enseñan­zas, para llegar a convertirla en una sociedad libre de vicios y de maldad.

El árbol puede llegar a extender sus ramas en una am­plia área, pero éstas podrán llenarse de frutos solamente si las raíces del árbol son alimentadas con agua. Si, por el con­trario, el agua se vierte sobre las ramas, las flores y los fru­tos, ¿podría extenderse y crecer el árbol? Las raíces para la paz y la prosperidad de la sociedad las representan las cuali­dades de la devoción y la dedicación, de ahí que el sistema educativo debe prestar atención al fomento y al fortaleci­miento de estas cualidades en la gente.

Las personas que ocupan posiciones de autoridad son llamados adhikaris. Este término también puede significar adhikaari: ¡el peor enemigo! El verdadero adhikari deberá cuidarse en extremo de tomar por este rumbo y deberá ha­cer uso de su posición para servir a la gente que se halla ba­jo su autoridad.

En los tiempos antiguos, cuando sucedía que en una re­gión cualquiera la gente era acosada por el temor o la ansie­dad cuando se secaban las fuentes de la alegría y el conten­to, la causa se le achacaba a algún defecto o descuido en el culto ofrecido a Dios en los templos de la región. De inme­diato se buscaba identificar estos errores y proceder a corre­girlos, para que la gente recobrara su paz interior. Ellos esta­ban convencidos de que las crisis se superaban por este me­dio. Este tipo de acciones se reúnen hoy en día en un solo concepto y se les tilda de "superstición", para de este modo ser rechazadas. Mas no se trata aquí, en modo alguno, de supersticiones. Los científicos modernos se encuentran en un tan patético estado de entendimiento, que no logran reconocer estos importantes problemas. Esta es la etapa prelimi­nar de la confusión que causan los modernos enfoques de la educación.

Los antiguos habían llegado a captar la verdad suprema sólo después de haber experimentado por sí mismos su vali­dez. Los hombres actuales, por el contrario, desechan sus descubrimientos. Y esta es la razón del incremento de la bar­barie en los así llamados "países civilizados". Son muchos los que no han reconocido aún este hecho. Todo ser viviente ansía la felicidad, en modo alguno desea la infelicidad. Algu­nos anhelan riquezas, otros creen que el oro puede hacerles felices; algunos acumulan joyas, otros coleccionan vehícu­los, y no hay nadie que no se empeñe por obtener las cosas que cree que le pueden dar alegría. En cambio, son muy po­cos los que realmente saben de dónde se puede obtener la felicidad.

La felicidad es de tres tipos. Uno de estos tipos parece tener, inicialmente, la naturaleza de un veneno y, después, se transforma en néctar. Esta es la felicidad que se logra a tra­vés del estado de conciencia del Alma: es la felicidad sátvica*. Esto equivale a decir que las prácticas espirituales preli­minares por las que hay que pasar, como control de los sen­tidos, equilibrio, ecuanimidad, autocontrol, paciencia, renun­ciamiento, etcétera, parecen duros y desagradables e impli­can lucha y esfuerzo. Ello hace que la reacción resulte amar­ga. En el Vasishta Yoga, el sabio Vasishta dice: "¡Oh, Rama! El hombre puede beberse fácilmente el ilimitado océano; con facilidad puede arrancar de la faz de la tierra la inmensa montaña Sumeru, puede apagar con facilidad las llamas de un enorme incendio, pero ante todo esto resulta mucho más difícil controlar la mente". Es así que cuando uno llega a sa­lir victorioso en el dominio de la mente, llega también a lo­grar la conciencia del Alma. Sin embargo, esta victoria se alcanza sólo como resultado de sobreponerse a muchas pruebas y renunciamientos. La dicha que se alcanza des­pués representa el tipo más elevado de felicidad. Como fru­to de toda práctica espiritual, uno se establece en la perfec­ta ecuanimidad de un estado de conciencia estable (nirvikalpa samadhi) y se llena de una bienaventuranza indes­criptible. Gusta del sabor ambrosíaco del néctar de la in­mortalidad. Nirvikalpa significa aquel estado de conciencia en el que ha desaparecido el pensar. Este estado implica una doble naturaleza: la plena experiencia de lo no dual y el estado de la no dualidad al terminar el pensamiento dual. El primero de ellos lleva al hombre más allá de la triple enti­dad de conocedor-conocido-conocimiento, y es consciente únicamente de la Inteligencia Cósmica o Brahman (esto re­presenta el Advaita bhavana). El segundo se alcanza cuan­do todos los atributos que se le han adscripto a Dios y al hombre se funden en el Uno que abarca al Cosmos y todos sus contenidos (esto representa el Advaita sthayi o Advaita avastha).

 

* Conocimiento, bondad y pureza.

 

Existe otro tipo de felicidad: debido al impacto de los ob­jetos externos sobre los sentidos de la percepción, se esti­mula un placer que sabe equivocadamente a dulzura. Pero con el tiempo, este placer se torna en un veneno amargo y desagradable. Esto representa la felicidad rajásica*. Cuando el hombre acepta este placer sensorial rajásico, se debilitan su fuerza, su conciencia, su inteligencia y su entusiasmo por alcanzar las cuatro metas del empeño humano que se cono­cen como rectitud, elevación espiritual, deseo legítimo y li­beración.

El tercer tipo de felicidad es tamásica**. Ella embrutece el intelecto desde el principio hasta el fin. Ella encuentra su satisfacción en el sueño, en la pereza y en la indolencia. La persona tamásica ignora la senda que conduce a la concien­cia del Alma; durante todo el transcurso de su vida no le presta ni la más mínima atención.

Es por ello que una verdadera educación es aquella que dirige y apoya a la mente y al intelecto del hombre hacia la consecución de la felicidad sátvica. Ella, indudablemente, sólo se puede alcanzar por medio de un esfuerzo realizado de manera infatigable. Las escrituras señalan: "La felicidad no puede lograrse por medio de la felicidad". Sufrir infelici­dad es la única forma de lograr la felicidad. Esta verdad debe llegar a grabarse a través de la educación o Vidya. Cuan­do el hombre llega a saber de la bienaventuranza que puede conferir la felicidad sátvica, también Vidya se le hará fácil y grato.

 

* Raja: atributo apasionado, activo.
** Tamas: embotamiento, pesadez.

 

Habiendo nacido como humanos, es necesario que todos nuestros esfuerzos se dirijan hacia la adquisición de este Conocimiento que puede revelarnos al Alma y permitirle al hombre la experiencia del Atmananda (bienaventuranza del Alma).

 

LA VERDADERA ENTREGA

 

Vid es la raíz de la que deriva el término Vidya, con la adición de la sílaba ya. Ya significa "que" y Vid significa "luz". De modo que Vidya es "aquello que da luz". Este es el significado básico de la palabra. Debido a ello, resulta evi­dente que únicamente el conocimiento de Dios merece ser reconocido como Vidya. El conocimiento era considerado como luz por los antiguos y la ignorancia como oscuridad. Así como la luz y la oscuridad no pueden coexistir al mismo tiempo en un mismo lugar, tampoco pueden estar juntos Vidya (iluminación) y avidya (oscuridad). Todos los que transitan por la senda del progreso deben purificar sus con­ciencias e iluminar su ser por medio del Brahma Vidya.

En la parte sobre el Vibhuti Yoga, el Gita nos informa: "Yo soy Adhyatma Vidya (el Brahma Vidya) entre todos los Vidyas", declara el Señor. Todos los demás Vidyas o siste­mas de conocimiento son como ríos y el Adhyatma Vidya es como el océano. Y así como todos los ríos llegan a su pleni­tud al fundirse en el océano, también todos los Vidyas se in­tegran al océano del Adhayatma Vidya, que representa su meta final. Y ello no es todo. Cuando los ríos se juntan y se mezclan con el océano, pierden sus nombres y formas parti­culares para asumir el nombre y la forma del océano mismo. De manera similar, los variados Vidyas que se ocupan del mundo objetivo exterior renuncian a sus nombres y formas individuales cuando llegan a confluir con el vasto océano del Brahma Vidya.


 "Mediante educación y disciplinas espirituales, el hombre es transformado en un Alma purificada". Se puede conside­rar que Vidya tiene dos aspectos: Bahya Vidya y Brahma Vidya. El Bahya Vidya es lo que provee los medios para la subsistencia humana. El hombre puede estudiar muchos te­mas, puede ganar valiosos diplomas, puede alcanzar cargos cada vez más altos y lograr pasar su vida sin preocupacio­nes ni temores. Este tipo de Vidya le ayuda al hombre en cualquier trabajo que desempeñe, ya sea de peón o de pri­mer ministro. El Brahma Vidya, por otra parte, dota a todos los seres humanos de la fuerza que los capacita para cumplir exitosamente con el deber que tienen consigo mismos. Esta­blece la senda que conduce tanto hacia la alegría en las rela­ciones humanas, como hacia la bienaventuranza en la vida del más allá. Es por ello que el Brahma Vidya es muy supe­rior a todos los demás Vidyas que se encuentran al alcance del hombre en la Tierra. El Brahma Vidya contiene el divino potencial que puede liberarlos de la esclavitud, poder que el Bhaya Vidya no posee. El Brahma Vidya les hace conscien­tes del Ser omnímodo, Absoluto, del Supremo y tapas (disci­plinas espirituales) les posibilita el fundirse en Aquello. Vidya es el proceso de adquirir conocimiento, tapas es lo conoci­do. Esto último es el medio. Lo primero es la meta, el fin.

Gurú significa, literalmente, la "persona grande". Es de­cir, el gurú debe haber llegado a dominar tanto Vidya como tapas. Cuando uno desea lavar la suciedad acumulada en la ropa que usa, necesitará tanto de agua como de jabón. Del mismo modo, cuando uno está ansioso por remover la su­ciedad que se haya adherido a la mente, resultan esenciales tanto Vidya como tapas. Sólo cuando se hace uso de ambos se pueden purificar por completo los niveles de conciencia. Ningún vehículo se puede mover con menos de dos ruedas, ni hay ave alguna que pueda volar con sólo un ala. Así, tam­poco ningún hombre puede ser santificado o purificado sin Vidya y tapas.

Tapas no significa pararse de cabeza y levantar las pier­nas en el aire quedando como un murciélago. Ni es tampoco el renunciar a posesiones y bienes, mujer e hijos, ni matar de hambre al cuerpo, ni apretarse la nariz para regular la respiración. No. Acciones físicas, afirmaciones orales y resolucio­nes mentales son tres cosas que deben marchar al unísono. El pensamiento, el lenguaje y la acción deben ser puros. Es­te es el tapas real. Y también deben ser coordinados, mas no por la compulsión del deber, sino que se trata de un esfuerzo que deberá emprenderse para satisfacer un anhelo interior de uno. Esta lucha personal constituye la esencia de tapas.

El Gita retrata al gurú ideal y al discípulo ideal. El discí­pulo es el adhijaramurthi y el preceptor es el avataramurthi. Arjuna se ha ganado el derecho de aprender; Krishna ha ve­nido como hombre a enseñar al hombre. El discípulo es narothama (el mejor de los hombres); el preceptor es purushothama (el mejor entre las encarnaciones físicas). El discí­pulo maneja el arco; el preceptor maneja el secreto de todas las destrezas: ¡el Yoga! El es yogeswara. Arjuna es dhanurdhari. Cuando estos dos se encuentran, el Vidya se transforma en Brahma Vidya.

Arjuna, el discípulo, después de embelesarse con la en­señanza de Krishna, dice: "Haré lo que tú ordenes". Y luego lanzó lejos, no su arco llamado Gandiva, sino su propio gran ego, el que lo mantenía en el engaño. El gurú era el director del drama. El discípulo, Arjuna, era el personaje en el dra­ma. El discípulo no deberá sentirse orgulloso porque se le haya confiado un deber, porque mientras sea soberbio le se­rá imposible conseguir a un gurú. Cuando el gurú les acepte, su orgullo desaparecerá.

Cuando uno lo entrega todo, no deberá sentirse grande ni orgulloso por ello, ni vanagloriarse de su sentido de renun­ciamiento. El verdadero renunciamiento consiste en entre­garse uno mismo. Entonces el gurú le hará entrega de la li­bertad de seguir su propia voluntad, como lo hiciera Krishna: "Mi querido Arjuna, actúa según tu voluntad, piensa correcta­mente y haz como quieras". Lo que quería significar con esto es que él ya le había entregado todos los consejos que podía necesitar y había también aceptado aquel ego que Arjuna ha­bía descartado. De este modo, podía entregarle a Arjuna la li­bertad para actuar según su propia voluntad, porque esa vo­luntad había llegado a ser suya. A todo individuo que haya al­canzado ese nivel, ha de concedérsele la libertad; el gurú no deberá aprovecharse del hecho de que el discípulo se haya entregado por completo a él, para seguir manteniéndole inmisericordemente sojuzgado. Tanto el gurú codicioso como el discípulo indolente están condenados a la perdición. El gurú no debe convertirse en un vithapahari, una persona que roba riquezas. ¡Deberá ser un hridayapahari, una persona que roba corazones! El gurú ha de ser alguien que funcione como reloj despertador: deberá despertar a todos aquellos que duermen en el sueño de la ignorancia y deberá recompensarlos con las enseñanzas sobre el Atmajñana: el conocimiento de su reali­dad del Alma.

Un viajero que recorría el territorio de pueblo en pueblo llegó hasta un río cuyo caudal estaba creciendo rápidamente y cada vez con mayor fuerza. Se sintió desamparado, ya que no sabía cómo cruzar a la otra orilla. Miró hacia todos lados hasta que, no muy lejos, divisó a dos hombres sentados en cuclillas bajo un árbol y se dirigió hacia ellos. Se dio cuenta de que uno era lisiado y el otro ciego, de modo que supuso que ninguno de ellos podría saber en qué lugar era profundo y en qué lugar se podía vadear el río. Volvió sobre sus pasos sin preguntarles nada, ya sabía que sus respuestas de nada le servirían.

El preceptor que no haya llegado a dominar los Shastras (escrituras), que son los depositarios de la experiencia aco­piada por los buscadores del pasado, es representado en es­ta historia por el viajero. El lisiado representa a la persona que no ha llevado a la práctica el conocimiento y no ha lle­gado a la experiencia personal. Es un hecho que, en su con­junto, el conocimiento de los Shastras y la experiencia ad­quirida por medio de su aplicación práctica, es lo que hace al hombre cabal. Y sólo un gurú con estas características es el que puede salvar al discípulo gracias a la instrucción que le dé y a su ejemplo. Esta conclusión es la que se explica en el Mundakopanishad.

La tarea de asegurarse un buen gurú es incluso más difí­cil que el encontrar a un buen discípulo. Y los discípulos pue­den convertirse en personas ejemplares sólo cuando los acepta un verdadero gurú. El colmo de la dicha lo constituye, para un gurú, el que se le acerquen discípulos de corazón puro, desinteresados y carentes de egoísmo. Parikshit, el empe­rador, renunció a todo y decidió buscar a Dios. En ese preci­so momento, apareció el maharishi Suka para guiarle directa­mente hacia su meta. De manera similar, cuando los buenos discípulos logran encontrar buenos gurús, tienen éxito no so­lamente en alcanzar la bienaventuranza, sino también en con­ferirle paz, prosperidad y alegría a todo el mundo.

 

LAS DISTINTAS RELIGIONES
NO DEBEN CONFRONTAR ENTRE SI

 

Estudiantes: La Persona Intemporal, que se encuentra más allá de la ilusión engañosa y la oscuridad, debe llegar a conocerse por uno mismo y por el propio esfuerzo. Han lle­gado a nacer como herederos de este estado de bienaventu­ranza eterna. Son los hijos bienamados del Señor. Son tan puros y sagrados como el aire. No se condenen a sí mismos como pecadores. Son cachorros de león y no corderos. Son pequeñas olas de la inmortalidad, no cuerpos compuestos de materia. Los objetos materiales están allí para servirles y para cumplir sus órdenes; no son ustedes los llamados a ser­virles a ellos ni a estarles sometidos.

No piensen que los Vedas (las escrituras) establecen un cúmulo de aterradoras leyes y normas. Cada una de ellas ha sido establecida por el Señor en calidad de legislador. Todos los elementos en el Cosmos, cada partícula en cualquier parte, actúa en todo momento de acuerdo con lo que El ha ordenado. Sobre esto es que nos informan los Vedas. No puede haber ningún culto que sea superior ni más beneficio­so que el servir al Señor. Uno debe ofrecerle amor, más amor de lo que no puede sentir por nada más en este mundo y en el otro. Debe ser amado como el Uno y el Unico. Debe ser recordado con adoración con ese amor. Este es el fruto que debe ser el resultado de cualquier tipo de educación.

La hoja de loto nace bajo el agua, luego flota sobre ella, sin que jamás se moje. También el hombre deberá vivir así en este mundo: estando allí por y para el mundo, mas no in­merso en él. Y éste es el rasgo esencial que deberá ostentar toda educación superior: prepararles para este papel. Esto viene a significar que el hombre debe vivir en la Tierra con el corazón inmerso en lo Divino y las manos ocupadas en el trabajo.

El amor no debe degenerar en un artículo comercial. El amor se realiza en el amor. La religión hindú no trata de es­tablecer, mediante el conflicto o la controversia, una u otra doctrina o teoría. Busca evaluar todas las teorías y todas las doctrinas sobre la base de la experiencia.

Al árbol se le juzga por sus frutos. Los códigos de con­ducta, las prácticas espirituales y la manifestación del amor tienen todos enormes virtudes que promueven el progreso del hombre.

De acuerdo con el punto de vista de los grandes hom­bres y los maestros espirituales de la India, el hombre no avanza de la falsedad hacia la verdad, sino de lo parcialmen­te verdadero a lo plenamente verdadero. Cada Alma indivi­dual puede ser considerada un Ave Garuda (Ave Celestial) que se remonta cada vez más alto y, reuniendo fuerzas supranaturales, alcanza finalmente el orbe solar, con un es­plendor y majestad ilimitados.

La verdad básica de la creación es la unidad en la multi­plicidad. Esto fue entendido por los hindúes. Todas las de­más religiones han aceptado ciertas doctrinas rígidas y han levantado sus sistemas sobre ellas. Se conforman con el es­tablecimiento de estos grupos de creencias. Diseñaron mé­todos de culto, de oración y de adoración, concordantes con los sentimientos y emociones que declararon como válidos y valiosos. El servicio que cada religión le ofrece al género hu­mano es el de expandir la conciencia del hombre más allá de la esfera material y el de encender la chispa de la Divini­dad que ya lleva en él. La modalidad del culto bharathiya (hindú) se basa en la clara conciencia de que el Uno se ma­nifiesta a través de múltiples formas y de múltiples atributos separados, cuando se ve confrontado por muchas situacio­nes y condiciones diversas. De este modo, los bharathiyas, entre todos los pueblos del mundo, poseen la tolerancia intelectual de proclamar a todos los vientos que Dios existe y puede ser encontrado en cada religión. Esta es su singular buena fortuna.

Una de las reglas básicas del vivir es la de no avergon­zarse de los antepasados. Mientras más se lee sobre la histo­ria del pasado, mientras más se visualiza la condición huma­na de esas épocas, el orgullo de ustedes no hará sino incre­mentarse. Dejen que la fe en los supremos logros de sus an­tepasados fluya dentro de ustedes y energetice la sangre en sus venas. Dejen que la fuerza de esa fe fortalezca su cuer­po, mente y espíritu. El fruto del Vidya genuino es el recono­cimiento de que cada comunidad humana y cada religión poseen, junto con una unidad básica, algo especial y propio que ofrecer.

De hecho, ningún país en la historia ha sido víctima de tantas y tan terribles calamidades, ni ha sufrido por tanto tiempo bajo el dominio extranjero como la India. Pese a ello, los bharathiyas están preparados para enfrentar osadamente cualquier otra tormenta, porque sus vidas se basan todavía, más o menos firmemente, en los antiguos ideales. Ello es lo que ha constituido un fundamento estable para su modo de vida. La fe en Dios es fe en el Alma. Ellos creen sin vacila­ción alguna, y esa es la fe que les ha guiado y protegido.

Los principios guía de la cultura bharathiya no se han visto restringidos por los límites geográficos del país. Lo quieran o no las gentes de este país, estos principios se es­tán difundiendo hacia otras tierras. Están transformando sus literaturas, al instilar estos valores en sus pensamientos y sentimientos.

Las ciencias naturales nos pueden proveer sólo de ali­mento, de vestuario y de otras cosas de este tipo. La ciencia espiritual es la única que le puede agregar fuerza y firmeza al yo. Los estudiantes son los que le deberían prestar espe­cial atención a este hecho. Piensen para qué sirven el ali­mento, el vestido y lo demás, incluso en abundancia, si uno carece de fuerza o de seguridad en sí mismo,

Además, si se desea promover la prosperidad de la na­ción, será imprescindible que reúnan en sí mismos todos los recursos espirituales que puedan. En el pasado se sabía de esta necesidad y se realizaban esfuerzos para responder a ella. En adelante, también deberá sentirse esta necesidad para cumplir con sus exigencias. Es decir, todas las tenden­cias e inclinaciones, los credos y los impulsos espirituales que hoy son débiles y dispersos, deberán ser reunidos y re­forzados uno con el otro.

Los rasgos únicos en su tipo de la religión bharathiya conforman una base sólida. Son tan amplios como el cielo y tan eternos como la Naturaleza. Como parte de la religión, pueden existir sectas y cultos, tal como las ramas de un ár­bol. No hay necesidad de condenarlos como equivocados. Lo que sí es cierto es que ninguna rama debería confrontar a otra ni competir con las demás. Cuando esto sucede, el ár­bol será destruido y todo terminará en la ruina total. Cuando los credos compiten como rivales, la religión se derrumba y el mundo marcha hacia su destrucción. "Ekam sath; viprah bahudha vadanthi" (Sólo el Uno existe; los sabios lo descri­ben de muchas maneras).

Todos podemos tener diferentes ideas respecto de la na­turaleza, las características, la forma o los atributos de Dios. Una persona puede creer que Dios tiene cualidades y forma humanas. Otra puede creer en un Dios sin forma ni señales humanas, pero que se manifieste por medio de encarnacio­nes. Una tercera puede creer en un Dios totalmente carente de forma. Cualquiera de ellas podrá encontrar en los Vedas declaraciones que vayan en apoyo de sus respectivas posi­ciones. Lo cierto es que todas tienen fe en Dios, es decir, tie­nen fe en un poder misterioso (Shakthi) que representa el ori­gen, el fundamento y el sustento de todo, un poder que lo abarca todo. Esta es la verdad que se explica y se proclama en los Vedas.


PUREZA Y AUTOSUFICIENCIA SON LA
NATURALEZA DEL HOMBRE

 

Cualquiera sea la enseñanza sobre el nombre y la forma de Iswara o Dios, es algo que carece de importancia. No ne­cesitamos disputar sobre estas distinciones o diferencias. Ya es servicio suficiente el dar instrucción sobre Dios. Los bharathiyas (hindúes) no aceptan el punto de vista que otros sostienen respecto de que el mundo y el Universo del cual es parte se formaron hace algunos miles de años atrás y que terminarán por desaparecer en algún momento del futuro.

Tampoco aceptan la declaración de que el Universo nació de la nada (sunya). No creen que prakriti o la proyección (na­turaleza) surgió del vacío, sino que siempre ha sido plena y completa (purnam). No tiene ni principio ni fin, sólo tiene for­mas densas y sutiles. No es signo de esclarecimiento que, por no haber evidencia de la plenitud y totalidad de la Naturaleza, haya necesariamente que inferir que debía de haber un vacío en su principio. Hay otros niveles de existencia que considerar.

El hombre, por ejemplo, no es por completo el cuerpo; en el cuerpo denso tiene un cuerpo sutil, la mente y, ade­más, otro cuerpo aún más sutil que la mente, el Jivatma, el Alma individual o yo. Esta última no tiene ni principio ni fin, ni hay trazas en ella de muerte o de decadencia. Esta es la verdad en la que creen los bharathiyas. Esta fe se basa en lo que declaran los Vedas mismos.

Cerramos los ojos cuando adoramos a Dios. No trata­mos de descubrir a Dios fuera de nosotros alzando el rostro y mirando hacia arriba. Otros aceptan que sus escrituras fue­ron elaboradas por personas divinamente inspiradas, en tan­to que los bharathiyas creen que los Vedas representan la auténtica voz de Dios que emerge de los corazones de los sabios.

Estudiantes: Aquel que se desprecia a sí mismo de día y de noche, por considerarse superficial y débil, jamás llegará a nada. Aquel que cree que tiene mala suerte y que es infe­rior, llegará a tener mala suerte y a ser inferior. Si, por el contrario, cultivan la conciencia de que son una chispa de Dios, que tienen como su realidad a la Divinidad misma, pueden llegar a hacerse realmente divinos y llegar a tener todos los poderes en la mano. Aquello que sienten es lo que llegarán a ser. Lo que domina es el cómo sienten. Esto cons­tituye la base para todo lo que son. Tengan fe en el Alma, el yo. Esto representa un imperativo para el hombre. En au­sencia de esto, el hombre está siendo reducido a un mons­truo que se solaza en el vicio y la maldad. Sus antepasados lograron la prosperidad, la paz y la alegría y coronaron sus objetivos con el éxito únicamente por medio de esa fe. Cuando la gente la pierde, es seguro que cae, porque esa fe es el aliento mismo de la vida. Cuando se acaba la respira­ción, el hombre se convierte en un cadáver (savam). Con el aliento de esa fe se convierte en divino (sivam), igual que Shiva mismo. La fe en el yo es la expresión del principio de Shiva en el hombre, esta fe puede dotarle de todas las for­mas de poder y hacerle pleno e integral. Ello se debe a que el Alma, por su naturaleza misma, es autosuficiente y plena. No hay ninguna otra práctica espiritual que se requiera para realizar este estado.

También la pureza es nuestra naturaleza y también la au­tosuficiencia pertenece a la naturaleza del yo. La impureza y la insuficiencia le son ajenas al hombre. Los estudiantes no deberían ignorar ni olvidar este hecho. La verdadera educa­ción debe despertar esta fe e infundir la conciencia de esta plenitud en cada actividad. Este es el objetivo esencial, el núcleo central del tipo correcto de educación.

Hay aún otra verdad que debemos mantener presente más que ninguna otra. Para los bharathiyas, la religión significa nada menos que vivencia, experiencia. Nuestra posición es que ningún logro vale la pena a menos de que uno se lo haya ganado por esfuerzo propio. Todo lo valioso ha de ser cultivado por uno mismo. La divina gracia es lo que le espe­ra al empeño y a la práctica espiritual individual. Las doctri­nas y preceptos de la religión han de ser asimilados por me­dio de la experiencia real. No es suficiente el aprenderlas pa­ra repetirlas luego como un loro.

La verdad ha de ser identificada; esto constituye el paso primordial. Mientras más pronto entendamos la verdad, más pronto desaparecerán los conflictos religiosos y las disensio­nes entre los credos. El Parathpara (el más allá del más allá), el Omniser, está más cerca de nosotros que lo más próximo; en realidad, toda otra entidad está mucho más ale­jada, aunque nos parezca muy cercana. Deben tomar con­ciencia de este hecho. Sólo así podrán aflojarse los nudos que mantienen atenazado al corazón.

En el vocabulario de Occidente, el hombre "entrega la vida", en tanto que en el lenguaje bharathiya el hombre "en­trega el cuerpo". Los occidentales sostienen que tienen cuer­po y que estos cuerpos poseen Almas. Los bharathiyas, en cambio, proclaman que el hombre posee un Alma y que esta Alma está temporalmente encerrada en un cuerpo. Es por ello que consideran que las civilizaciones y culturas que se orientan hacia los placeres sensoriales y la gloria secular, se han levantado sobre bases de arena y podrán brillar sólo por un período muy breve antes de derrumbarse.

Estudiantes: La imitación jamás podrá convertirse en cultura. Pueden vestirse con ropajes reales y actuar el pa­pel, sin embargo, ¿les convertirá en reyes esta imitación? Un asno recubierto de una piel de tigre no se convertirá en un tigre por ello. La imitación es signo de cobardía. No puede promover progreso alguno. De hecho, la tendencia a imitar y a copiar hace que el hombre descienda, gradual­mente, hasta una condición lamentable. Deben poner todo su empeño en elevarse a sí mismos en cuanto a lo que son realmente. Deben sentirse orgullosos de ser bharathiyas y estar orgullosos de sus antepasados. Su loable heroísmo re­sidirá en la jubilosa afirmación de ser un bharathiya, un hijo de Bharath, de la India. No deben imitar a otros ni copiar sus actitudes, sin dejar por ello de asimilar lo bueno que puedan aportar.

Debemos aprender de otros aquello que muestren de po­sitivo. Sembramos semillas, las proveemos de una buena tierra, de agua y de abonos. La semilla germina y crece has­ta llegar a convertirse en un árbol frondoso. El hecho de ha­berla puesto en la tierra no hará que se convierta en tierra, ni se convertirá en agua por absorberla, ni en abono por ali­mentarse de él. De todos ellos sólo asimilará la que la pueda beneficiar, y se desarrollará hasta llegar a convertirse en lo que es esencialmente: un inmenso árbol.

Ojalá ustedes también se desarrollen de esta manera. Es mucho lo que pueden aprender de otros. Aprendan sobre el Supremo y sobre los medios para alcanzarlo, aunque sea desde lo más bajo. Aprendan de otro sobre cómo realizar una práctica espiritual progresiva y satúrense con ella. Mas no busquen transformarse en esos otros. Esta es la enseñan­za que es normal para el hombre: el Smrithi de Manú. Esta es la lección que los estudiantes deberán entender, la prime­rísima y más crucial de las lecciones.


CULTIVEN LA SENCILLEZ

Y DESECHEN LA OSTENTACION

 

Si quisieran, podrían llegar a dominar un millón de áreas de estudio, pero si no han cultivado la actitud de desapego de nada valdría toda esta maestría y erudición. El medio princi­pal del bharathiya es el compartirlo con otros, el servir a otros. La educación es ennoblecida cuando se inculca con ella el espíritu de servicio. El servicio que se preste debe es­tar libre de hasta la más leve traza de egoísmo o mezquindad. Pero esto tampoco es suficiente. Ni el pensamiento del servi­cio deberá estar manchado por el deseo de recibir algo a cambio: deben llevarlo a cabo tal como si fueran a realizar un sacrificio importante. Así como los árboles no se comen sus propios frutos, sino que los ofrecen con una actitud de desa­pego para que los disfruten otros; así como los ríos, sin beber del agua que traen, calman la sed y refrescan a los que su­fren con el calor; así como las vacas ofrecen esa leche que producen, en primer lugar para sus crías, con un espíritu de generosidad para compartirla con otros; así también todos aquellos que lo hayan adquirido deben ofrecerle el Vidya a otros, impulsados por la motivación del servicio y sin que in­terfiera ningún interés egoísta. Solamente de este modo po­drán justificar su posición de "hombres nobles".

El auténtico erudito no deberá albergar en ningún momen­to algún rasgo egoísta en sus pensamientos. Sin embargo, es de lamentar que los hombres doctos de hoy, como clase, estén marcados por un egoísmo ilimitado. En consecuencia, persi­guen ideales equivocados y se lanzan por caminos desviados. Le hacen entrega de los beneficios de la educación sólo a su grupo más cercano, de lo que resulta que se están privando del sitial que les correspondería como personas buenas, virtuosas y del respeto que ello implica. Uno deberá brindarle generosa­mente a los demás todo el conocimiento, la destreza y la intui­ción que haya adquirido. Si no lo hace así, se hará peligrar el progreso humano mismo. Para promover el mejor interés del género humano, uno deberá cultivar el sagrado impulso del servicio a otros y la actitud de compasión.

El repetir mecánicamente, como lo hacen los loros, "el servicio al hombre es servicio a Dios", no es algo que pueda extenderse hacia todos los hombres. Los que proclaman re­petitivamente este axioma no indagan respecto a quiénes son los hombres a los que hay que servir. Se muestran an­siosos, únicamente, de llenar sus propios estómagos y, con este propósito, restringen sus horizontes mentales a la mera superación de su propia gente. Esto hace que desperdicien la valiosa educación que han recibido. El hombre olvida el hecho de que Dios se encuentra en forma perceptible en to­dos los seres. El servicio prestado a cualquier ser es un sa­crificio ofrecido a Dios. Esto ha de constituir la meta princi­pal de todas las personas educadas.

Nara es Narayana: El hombre es Dios. Cada acto del hombre ha de ser ennoblecido como un acto de servicio a Dios. Sin embargo, los estudiantes de hoy no saben qué es exactamente Narayana y qué significa Nara. ¿Cómo puede una persona afirmar que es educada, cuando es incapaz de identificar el principio de Narayana? Ellos son las entidades que las Upanishads señalan como thwam y como thath ("tú" y "aquello"). Quien no tenga conciencia de ellos no podrá proclamarse conocedor de sí mismo. ¿Y cómo podría servir para revelar alguna cosa la religión que no le revela a uno lo que es en sí mismo? Para mala suerte nuestra, em­pero, las personas educadas que cumplen el papel de edu­cadores no se dedican a promover lo que vaya en nuestro propio interés ni a servirnos, sino a perjudicar como conse­cuencia de sus actos equivocados. Esto llama poderosamente la atención y resulta muy curioso. Porque las perso­nas educadas no solamente deben servir a aquellos que les ayudan, sino también a los que les perjudican. Esta actitud es la que hace que el servicio sea doblemente sagrado. El servir a quienes nos prestan servicio no representa sino una reacción natural. Mayor virtud representa el servir a aquellos que nos dañan. Porque este último curso de acción implica una comprensión más profunda de uno y de lo que nos ro­dea. La educación debe conferir y cultivar estas cualidades.

Uno deberá ser cauteloso al tratar con gente inculta. También con individuos desagradecidos que se olvidan del bien que se les ha hecho. La ley es el instrumento que el go­bierno emplea para castigar a los que han obrado mal. Sin embargo, la persona educada o el estudiante no deberán proceder a condenarlos sin reservas. Deberán manifestar su natural virtud de desapego y practicar su característica acti­tud de servicio.

El proteger a la patria representa un noble deber. Es el primer deber del estudiante. El estudiante no podrá preten­der que ha aprendido mucho a menos que sea capaz de des­cubrir lo que es su deber y de cumplir con él y con lo que debería ser su papel inmediato cuando las circunstancias exijan su decisión. El hombre educado y el estudiante que está recibiendo una educación deberán cultivar ambos la sencillez y desechar la ostentación. Si son afectos a la osten­tación perderán su naturaleza o individualidad genuina. Los estudiantes deben tomar nota de este punto. Ya sea que una persona sea un maestro en todas las ciencias o un famoso y gran intelectual, será ciertamente marginada de entre los eruditos y los sabios si no muestra humildad y disciplina en su trato con los demás. Estas personas no serán honradas por la sociedad. Puede que se ganen su respeto por algún tiempo, pero muy pronto esta actitud desaparecerá. Y este tipo de respeto no le valdrá reputación alguna a quien lo re­ciba. Sólo la falta de artificio y la sencillez atraen el honor y hacen que éste sea grato. La necia exhibición de erudición no produce sino rachas de reputación y de ridículo. Cuando se renuncia a la ostentación, se puede aspirar a un respeto permanente de la gente. La verdadera educación imparte un espíritu de renunciamiento, el desagrado por la ostentación y el anhelo por servir a todos.

Hay personas que se tornan engreídas tan pronto alcan­zan algún conocimiento. Pretenden ser expertos en todos los campos del conocimiento y se vanaglorian a diario de sus logros. Se pavonean por todas partes como si ya lo supieran todo. "El plato de hojas en el que se haya servido la comida se mantendrá firme en el suelo, en tanto que el plato de ho­jas en el que no se haya puesto nada, echará a volar con la primera brisa", así reza el proverbio. De manera similar, la persona que sea muy docta y realmente erudita, llevará una vida sin pretensiones, en tanto que la que no haya logrado una educación genuina, ni la firmeza que ésta confiere, vivi­rá en la vanagloria y la soberbia: luchará tenazmente por ocultar sus defectos a los ojos de los demás. Mas todo este empeño fracasará al final y deberá enfrentarse a una doble derrota: no llegará a experimentar la bienaventuranza ni lle­gará a impartírsela a otros. Se transforma tan sólo en blanco para el ridículo.

De modo que no deben permitir que el deseo de ostenta­ción entre en sus mentes, no dejen que se les acerque si­quiera el egoísmo. Mantengan la humildad y la lealtad hacia los ideales superiores; sólo entonces podrán servir a la causa de la paz y la prosperidad del mundo. Unicamente cuando el individuo logra exitosamente ser bueno puede también llegar a ser bueno el mundo.

El que anhele llegar a ser un verdadero estudiante debe­rá fijarse como meta el ideal de la paz y la prosperidad del mundo. Deberá dejar de lado toda pretensión. Deberá hacer voto de servir a otros. Y ello representa la esencia de Vidya o la genuina educación.


MANTENGAN LIMPIOS CUERPO Y MENTE

 

El estudiante que aspira a Vidya deberá poseer bondad, compasión y amor hacia todo ser viviente. La bondad para con todo ser deberá formar parte de su propia naturaleza. Si ésta llegara a faltar, el individuo no sería más que un patán. Más que ninguna otra cosa, el Vidya implica la cualidad de la compasión hacia todo ser viviente. Si una persona alberga mala voluntad hacia cualquier ser, toda su educación carece­rá de sentido. El consejo que se da en el Gita: "Adweshta Sarva Bhuthanam" ("Sin mala voluntad para con ningún ser"), encierra el mismo precepto. De igual manera, el Gita advierte que cualquier insulto, lesión o incluso descuido res­pecto de cualquier ser viviente equivale a insultar, lesionar o descuidar a lo Divino. "Sarva Jiva thiraskaram Kesavam prathigachathi". El amor y la compasión no deben limitarse tan sólo al género humano, sino abarcar a todos los seres vi­vientes.

El Gita dice: "Suni chaiva svapakecha, pandithah sama darnisah". Esto quiere decir que el hombre docto que haya adquirido humildad gracias a Vidya deberá tratar con igual consideración a la vaca, al brahmín, al elefante, al perro y al que come carne de perro. Esta compasión uniforme se con­vierte, por sí misma, en un bien uniforme para todo el que la recibe. Desearle el bien a todos denota a aquel que ha asimi­lado el Vidya. Ha de desechar la visión estrecha que lo limita únicamente a la comunidad a la que se pertenece. La cultura hindú ha enfatizado siempre la más alta Verdad, la más am­plia visión. El propósito de Vidya es impartir este ideal, tal como ha sido establecido en Bharath (India). Ningún otro país ha levantado ante su pueblo un ideal tan sublime, tan amplio y tan beneficioso.

Hoy en día, sin embargo, el país enfrenta la ruina por ha­ber descuidado este ideal ancestral. Vidya ha sido grosera­mente constreñido y el sistema educativo está contaminan­do al organismo social con mezquindad y perversidad. Y es­to exige que se requiera producir cambios drásticos en el sistema. En la actualidad tenemos una educación meramen­te libresca, siendo que lo que se haya aprendido en los libros debe ser confirmado y corregido mediante su puesta en práctica en la vida social. Sólo así llegará a adquirirse el co­nocimiento del parentesco entre los hombres. Y con ello la erudición podrá transformarse en Vidya. Vidya jamás podrá adquirirse mediante el mero dominio de la lectura, la escritu­ra y la aritmética.

Después de una indagación inteligente, cada estudiante deberá elegir, para que le sirva de guía en cada ocasión, la meta que considere mejor y la acción que considere más adecuada para su realización. Tanto la meta como la acción deberán servir a los requerimientos de la sociedad y ayudar a su progreso. Nadie debiera llegar a involucrarse con la in­justicia, con la violencia o con la inmoralidad. Ni tampoco habría de considerar en primer término el provecho propio.

Los estudiantes deberán prestarle mucha atención a otra cualidad importante: la limpieza, tanto exterior como interior. Cualquiera de las dos que falte hará que la persona se vuel­va inútil para cualquier labor. Las ropas que vista, los libros que lea y el ambiente que la rodee deberán estar limpios. Esto representará la limpieza exterior. Ello significa que cada objeto material que tenga que ver con su vivir tiene que mantenerse limpio. Los dientes, los ojos, el alimento y la be­bida, todo debe estar libre de suciedad. Al mismo tiempo, esto también ayuda a que uno se mantenga saludable. El cuerpo debe ser lavado y cepillado a diario, pues en caso contrario la suciedad se irá adhiriendo y terminará por cau­sarle problemas a la piel, cosa que puede llevar también a contagiar infecciones a otros. Aunque no se posea sino una o dos mudas de ropa, hay que preocuparse por lavarlas des­pués de cada uso y no dejar nunca que acumulen suciedad.

Los libros que se usan para estudiar no deben dejarse ti­rados en cualquier parte que le plazca a uno. Hay que evitar hacer anotaciones en sus páginas, hay que mantenerlas lim­pias y sin manchas. Todo quien los vea debe poder apreciar el cuidado que los estudiantes ponen en mantener limpios to­dos sus efectos personales. Deberán también mantener lim­pias y ventiladas las habitaciones que ocupan, y mantener aseada toda el área cercana. Dentro de las habitaciones no hay que colgar ni poner cuadros o imágenes indecentes, sino sólo aquellos que inspiren pensamientos e ideales elevados.

Por muy rica que sea una persona, no podrá ser feliz si su salud es mala. Una salud precaria le impedirá incluso go­zar de su fortuna. Una comida la hará sentirse exhausta, y el no comer la hará sentirse débil. Así, solamente se arrastrará por la vida sin sentirse feliz jamás. Y la limpieza exterior pro­mueve la salud y el contento.

Consideraremos a continuación la limpieza interior, es decir, el mantener libres de suciedad, serenos y sagrados la mente y los pensamientos. Cuando los pensamientos y los sentimientos son impuros o agitados, uno no puede mante­nerse calmo ni contento. Cuando la mente está contamina­da, también se contaminan las reacciones de la persona. Pa­ra mantener la mente limpia, uno deberá analizar con simpa­tía las situaciones tocantes a otros y a sus actividades, y só­lo entonces decidir la forma en que se ha de reaccionar fren­te a ellos. Uno no deberá sacar conclusiones apresuradas. Tampoco resulta deseable adoptar como propias las reaccio­nes de otros. Cada cual deberá determinar cualquier acción únicamente después de someter cada situación a una inda­gación y discriminación inteligentes. "Este rumbo de acción es seguido por algunos que son de los nuestros, por ende, también lo seguiremos nosotros". Esta actitud, además de significar un signo de debilidad, es algo despreciable y de­gradante. Es consecuencia de una ignorancia básica. Repre­senta la forma en que se comportan las ovejas.

Ya que han nacido como hombres y andan por ahí como personas educadas, deberán evitar seguir estúpidamente a otros, como lo harían las ovejas, y contaminar sus mentes con ideas prestadas, expresadas por otros.

Las ideas y los pensamientos de otros a menudo pueden llegar a ser personales y llegar a producir sentimientos de odio entre la gente. ¿Por qué hemos de aceptarlos como propios y moldear nuestros sentimientos de acuerdo con el­los? Nunca debemos tratar de conformar los propios senti­mientos o nuestros patrones de conducta a los de otros. No debemos renunciar a nuestra fe, a nuestra experiencia ni a nuestra santidad innata.

Puede que no sepamos cuáles son, exactamente, las ra­zones para nuestra fe. Ella se originará y configurará gracias a nuestros gustos y aversiones propios, a nuestros senti­mientos dominantes. Debemos, empero, mantenernos aler­tas para no caer víctimas del odio, la ira o la envidia, y de los malos actos a que pueden arrastrarnos. Un estudiante deberá cultivar sentimientos amplios. Sólo así se hará mere­cedor de la adquisición del conocimiento superior. Sólo así podrá ganarse el respeto de la sociedad. Por ende, deberá mantenerse alejado de pensamientos, sentimientos y planes mezquinos y egoístas.

 

ALEJEN SUS MENTES DE LAS
MALAS TENDENCIAS

 

La causa básica de todas las ansiedades y calamidades que afectan al hombre es la envidia. En el Bhagavad Gita encontramos la forma en que Krishna le advierte a Arjuna de este peligro. "Arjuna, deberás mantenerte libre de la envidia. No dejes que ella te infecte". La envidia se ve invariablemen­te acompañada por el odio. Ambos son villanos gemelos. Son pestes venenosas. Atacan a las raíces mismas de nues­tra personalidad.

Un árbol puede estar cubierto de flores y frutos, pero cuando las larvas comienzan a atacar y corroer sus raíces, no les será difícil imaginar lo que le sucede a todo su esplendor. Incluso al admirar sus bellas flores podremos ver cómo se marchitan, cómo se caen sus frutos y comienzan a amarillear las hojas, para ser luego barridas por el viento. Por último, hasta el árbol mismo se secará, morirá y se derrumbará. Del mismo modo, cuando la envidia y el odio infectan el corazón y lo corroen, por muy inteligente y educado que sea el hombre, terminará por caer. Se convertirá en un enemigo de la socie­dad. Se tornará en blanco de las burlas, porque habrá dejado de ser humano. No podrá ya ser considerado como miembro de la comunidad. Al final, hasta sus amigos más íntimos lo abandonarán y se volverán sus enemigos. Perderá el respeto de su comunidad y no atraerá ni la elemental cortesía de los demás. Terminará pasando el resto de sus días de manera mi­serable.

No hay enemigo que pueda ser más insidioso que la en­vidia o los celos. Cuando se observa a una persona con ma­yor poder, poseedora de mayor conocimiento, mejor reputa­ción, más riquezas o más belleza o incluso mejor vestida, uno se llena de envidia. Encuentra difícil reconocer o aceptar la situación. La propia mente busca los medios para deni­grarla y rebajarla en la estimación de los demás. Estas incli­naciones y malas tendencias jamás deberían echar raíces en la mente de los estudiantes o de la gente con educación. No deberían llegar a contaminar su carácter.

Los estudiantes deben aprender a sentirse felices y llenos de alegría cuando a otros se les aclame como buenos y se les respete por sus virtudes y por los ideales que defienden. Deben cultivar la amplitud de miras y la pureza de motivos. Deben mantenerse siempre vigilantes para que no llegue a poseerles el demonio de la envidia. Con toda seguridad este demonio destruirá todo lo valioso que haya en ellos. Arruina­rá su salud y dañará su sistema digestivo. Les robará el sue­ño, absorberá su fortaleza física y mental, y les reducirá a un estado de destrucción crónica.

Los estudiantes deberán tomar la determinación de emu­lar a los que sean mejores y buscar ganar una apreciación similar. Deberán empeñarse por adquirir conocimientos y lo­grar mejores calificaciones, tal como lo hacen los demás. Esto es lo que constituye una ambición correcta. Si, por el contrario, desean la caída de otros para sobresalir como úni­cos, no harán sino revelar su naturaleza animal. Ello les lle­vará a la perdición, ya que se trata de un virus mortífero.

El alabarse uno mismo y denigrar a otros representa al­go igualmente letal. El tratar de ocultar la propia vileza y maldad, poniéndose una máscara de bondad, el justificar los errores y exagerar los logros, también son rasgos ponzoño­sos. Igualmente venenoso es el ignorar lo bueno en los de­más y buscar con ahínco sólo sus defectos. Nunca pronun­cien palabras que denigren a otro. Cuando somos amigos de alguien y le apreciamos, todo lo que haga nos parecerá bien. Mas cuando cambia el viento y la misma persona llega a de­sagradarnos, hasta lo bueno que haga nos parecerá malo. Ambas reacciones son equivocadas y no son en absoluto dignas de encomio. En el Sumathi Sathaka hay un verso que enseña esta lección: "¡Oh sumati (persona con una buena in­teligencia)!, aprende que lo injusto es justo cuando la amis­tad es fuerte y lo justo es injusto cuando la amistad se ha perdido".

El estudiante ha de transformarse en un sumati y debe evitar convertirse en un durmati (persona con una inteligen­cia pervertida o contaminada). Un gran montón de leña po­drá ser reducido a cenizas por una pequeña chispa de fuego. Una sola gota de veneno puede volver dañino todo un balde de leche. La envidia y el odio son las chispas que pueden destruir el conjunto de las virtudes que posea el hombre.

Los estudiantes deberán mantenerse siempre alertas res­pecto de sus sentimientos y reacciones. Deberán mantener alejados de sus mentes al egoísmo, la envidia, la ira, la codi­cia y todas las tendencias malévolas similares. Todas ellas no constituyen sino redes para atrapar a las personas. Estos vicios arrasan con la santidad del hombre y la someten para que ya no pueda influir en él. La persona se olvidará de quién es y actuará como un individuo alienado, atrapado por la locura. Parloteará según se lo dicte su lengua, sin conside­rar para nada los buenos o malos efectos que pueda produ­cir. Empleará sus manos en el trabajo que éstas le dicten.

La envidia no se detiene únicamente en esta serie de perjuicios. Nos lleva también a solazarnos en escandalizar a otros. Este es un mal actualmente muy difundido entre la ju­ventud. Es algo que nace naturalmente en ella, ya que repre­senta un signo de la ignorancia. Para liberarse de este hábi­to, uno deberá dedicarle algún tiempo —muy temprano en la mañana y antes de retirarse a dormir— a explorar la mente y a identificar y examinar los defectos que puedan haber en­contrado un asidero en ella. Uno deberá rezarle a Dios para que le salve de esta tendencia. Cuando uno llegue a ganarse la gracia de Dios, podrá estar seguro de que estos absurdos hábitos no podrán ya deformar su carácter. El estudiante con discernimiento podrá ser reconocido por la buena compañía que le rodea, las buenas obras a que se dedica y las buenas palabras que pronuncia.

Es esta la razón por la cual no ceso de repetir que "los ojos que buscan el mal, los oídos que prefieren el mal, la lengua que ansía el mal, la nariz que se deleita en lo nausea­bundo y las manos que se dedican al mal, son todas cosas que hay que evitar". Cualquier persona que muestre algunas de estas características también deberá ser eludida. En caso contrario, nuestro futuro puede ser desastroso.

Los defectos de los cinco indriyas (sentidos) dan por re­sultado la destrucción de los cinco pranas (energías vitales) y la muerte de las cinco kosas (envolturas). Es cierto que los sentidos producen placer y alegría momentáneos, sin embargo, como reza el dicho: "La senilidad está al acecho". Los placeres sensoriales traen sufrimientos mucho antes de lo esperado.

Más que ninguna otra cualidad, los estudiantes necesitan fe en sí mismos. La ausencia de confianza en uno mismo marca el comienzo de la ruina y el desastre, y el mundo de hoy los está enfrentando justamente por haber perdido esta confianza. La autoconfianza es capaz, por sí sola, de otorgar la paz y la prosperidad a cada persona. Una persona que la tenga será considerada y mirada en todo lugar con honores y recibirá el bien. Todo lo que toque se convertirá en oro. Y si alguien no tuviera confianza en sí mismo, ¿cómo podría confiar en otros? Incluso teniendo fe en otros, no podrá ser sincero ni firme en ella, a lo sumo será artificial y superficial. Una persona así no confiará ni en su madre, ni en su padre, ni en su esposa, ni en sus hijos. Pretenderá tan sólo creer en ellos y nada más. De modo que se portará traicioneramente e incluso podrá llegar a perjudicar a sus progenitores.

Por esto, la confianza en sí mismo es un deber esencial para cada estudiante. Deberá estudiar libros que hablen de personas que se adhirieron a la justicia y la rectitud y que llevaron vidas consecuentes con ello. Deberá cultivar la fe en los códigos morales establecidos, en lugar de descuidarlos. Los Puranas enseñan ideales fundamentales para nuestro bienestar y progreso.

 

LOS TRES INSTRUMENTOS OTORGADOS
AL HOMBRE: MENTE, LENGUAJE Y ACCION

 

Son los profesores los que revelan al alumno tanto la di­rección como la meta. Los estudiantes son los que diseñan el camino y el trayecto a seguir hacia el futuro. El talento, la fuerza, la posición y la estatura del género humano son con­figurados e impulsados proporcionalmente a la calidad y al carácter de sus profesores. El carácter es el signo distintivo del hombre. Los docentes deben dedicar su saber y su sabi­duría a la gran tarea de elevar a los alumnos a niveles supe­riores de conocimiento y acción. Las virtudes que ayudan a inculcarle a sus discípulos también son esenciales para la elevación de la sociedad. Cuando las virtudes llegan a enrai­zarse en el corazón, el hombre brilla con gloria plena. Una vida sin un buen carácter viene a ser como un santuario sin luz, como una moneda falsificada o un cometa sin cuerda.

Los docentes que dictan sus clases pensando sólo en el salario que se les paga y los estudiantes que aprenden pen­sando tan sólo en el trabajo que podrán conseguir, siguen ambos un camino equivocado. De hecho, la misión del pro­fesor es la de cumplir con el deber de instruir y de inspirar a los alumnos como para que puedan desarrollar sus capaci­dades latentes y avanzar en el perfeccionamiento de sus ta­lentos. La tarea del estudiante es la de desplegar lo Divino que lleva en sí y prepararse para servir a la sociedad con to­dos sus talentos y conocimientos.

El hombre cuenta con tres instrumentos que se le han otorgado: la mente que le involucra en el pensar; el poder del lenguaje que le permite comunicar sus pensamientos y el poder de la acción mediante el cual puede llevar a cabo lo que piensa, ya sea solo o en colaboración con otros, o para sí mismo o para otros. La mente produce pensamientos que pueden ser útiles o perjudiciales. La mente puede llevar al hombre hasta la esclavitud, hasta involucrarse más profun­damente con los deseos y los desengaños. También puede conducirle hacia la libertad, el desapego y la liberación de los deseos. La mente es un manojo de preferencias y aver­siones. Manas (la mente) es el asiento del manana (el refle­xionar sobre las experiencias mentales y sensoriales).

La mente se dedica a dos actividades: planear y dialogar. Ambas siguen líneas diferentes. El planear se centra en resol­ver los problemas que se le presentan. El diálogo multiplica los problemas y mezcla las soluciones, causando confusión y lle­vando muchas veces a la adopción de medios equivocados y funestos para resolverlos. La conversación interna y el parloteo polemizante es ininterrumpido desde la mañana hasta la no­che, hasta que el sueño vence a la mente. Esta charla cons­tante termina por causarle perjuicios a la salud y anticipar la vejez. Los tópicos sobre los que se basa este parloteo tocan, en su mayoría, los defectos y carencias de otros y su fortuna o desgracia. Este diálogo perpetuo es uno de los grandes culpa­bles de las miserias del hombre. Cubre a la mente con una es­pesa capa de tiniebla. Enloquece con facilidad y ayuda a su­primir el genuino valor de la naturaleza humana.

La conversación que ocupa la mente durante los perío­dos de vigilia persiste aun en el sueño y le roba al hombre un descanso que le es necesario. Y la suma total de todo este ejercicio, a decir verdad, equivale a cero. Ningún hombre podrá considerarse pleno y libre a menos que logre detener este mal.

Las Upanishads prescriben ciertas prácticas como reme­dio para librarse de este obstáculo a la paz interior. La pri­mera es el pranayama o regulación de la respiración. El pranayama no representa una gimnasia ni un formidable ejerci­cio. La inhalación del aire es puraka, la exhalación es rechaka y la retención entre ambas es kumbhaka. La mente debe­rá concentrarse durante el período de retención del aire, en los procesos de inhalar y de exhalar únicamente. Cuando la atención se fija así, se le dará fin a la conversación interna sobre temas irrelevantes y se adquirirá fuerza mental.

La segunda práctica es sumergirse en el karma (acción), en la actividad beneficiosa, es decir, la actividad de servicio a los demás. Cuando tales actos sean buenos y piadosos ayudarán a reducir el sentido del ego. Cuando nuestros pen­samientos se ocupan en tales actividades, la mente pone fin al intrascendente divagar al que se entrega.

Por otra parte, las prácticas de sravana (escuchar los consejos espirituales), manana (reflexión sobre directivas es­pirituales) y nididhyasana (descubrir formas y medios para confirmar la fe en el Espíritu), así como el japa (recitación de los nombres de Dios) y tapas (retiro de la mente de la búsqueda de lo sensorial), han sido prescriptos por las Escri­turas más para silenciar esta divagación mental y como pre­paración para alcanzar la Realidad, que para su realización. Porque sólo cuando la mente se ha limpiado y clarificado puede llegar a emprender una tarea de tal profundidad. Sólo entonces llegan a ser puras e inmaculadas las lecciones que se enseñan y las experiencias que se viven.

El segundo instrumento que se le ha dado al hombre pa­ra su elevación es el lenguaje, el uso de la palabra. El len­guaje está cargado con un tremendo poder. Cuando, por me­dio del lenguaje, le comunicamos algo a una persona que trastorne su equilibrio o que la haga sufrir, las palabras le ex­traerán toda su fuerza física y todo su coraje mental. Caerá al suelo, incapaz ya de mantenerse en pie. Si, en cambio, comunicamos por medio del lenguaje algo alegre o inespe­radamente alentador, la persona recibirá la energía de un elefante. Las palabras no cuestan ni un centavo, y, sin em­bargo, no tienen precio. Por ello, deben utilizarse con cuida­do. No deben emplearse para el chismorreo, que es estéril, sino únicamente para propósitos puros y productivos. Los antiguos recomendaban el voto de silencio para purificar al lenguaje de todo lo nocivo. Una mente vuelta hacia lo inter­no, hacia una visión interna de Dios, y el lenguaje vuelto ha­cia la visión externa, podrán promover ambos la fuerza, el poder y el éxito espirituales.


LOS DOCENTES SON RESPONSABLES
DEL CARACTER DE LOS ESTUDIANTES

 

De los tres instrumentos utilizados por el hombre para pensar, para hablar y para actuar, el tercero es el cuerpo, con sus manos prontas a ejecutar el pensamiento que se ha ex­presado en la palabra. La obra, el trabajo, la labor en la que se ocupa la mano del hombre, representa la fuente de toda felicidad o toda miseria en que el hombre se sume. El hom­bre afirma que es feliz o que está angustiado y asustado, o que está en problemas, y le atribuye las causas de estas con­diciones a alguna otra persona o a las circunstancias. El creerlo así representa una visión equivocada, porque nuestra felicidad o miseria se deben a nuestras propias acciones. Ya sea que se acepte o se rechace esta verdad, de todos modos uno deberá pasar por todas las consecuencias de sus actos. Esta es la ley de la naturaleza. Uno podrá creer o no en el ve­rano o en el invierno, en el fuego o en la lluvia, pero no podrá escapar del calor o del frío. Será afectado, de todos modos, por sus efectos. Es por ello que el mejor rumbo es el de diri­gir nuestras actividades por líneas correctas.

Las manos no son los únicos miembros o agentes que se involucran en la actividad humana o Karma. Uno deberá mantenerse alerta y vigilante respecto de la pureza de todo lo que haga, todo lo que vea, todo lo que oiga. Tanto el pen­samiento como la palabra y la acción han de estar libres de orgullo, de codicia y de odio. Las palabras que uno pronuncia deben estar libres de estas faltas; las cosas que uno aspi­ra a oír deben carecer de cualidades superficialmente atrac­tivas; los placeres que uno busca no deben estar contamina­dos por la negatividad. Los estudiantes deben comenzar a asimilar estas lecciones mentales y demostrar su efecto en el lenguaje. Y las lecciones enseñadas con palabras deberán ser traducidas en acción.

Sin embargo, la educación de hoy no transforma la men­te. Se detiene en el proceso de escuchar. Lo que entra por el oído puede no resultar claro para la mente, puede que la al­cance sólo de manera difusa. Podríamos decir que la educa­ción debe ser impartida de tal manera que la mente la reciba con claridad. Para lograr este objetivo, debe ser transmitida por mentes, bocas y manos que sean puras y que estén li­bres de defectos que las distorsionen o desvíen. Sólo así po­drá ser claro el aprendizaje y podrá brillar la sabiduría.

Los estudiantes permanecen en la escuela por unos cuantos años solamente; los profesores, por su parte, y para justificar su profesión, deberán dedicarse de manera conti­nua y sin interrupciones al estudio. Ello hace que debamos reconocer que los únicos estudiantes genuinos son los profe­sores. Ante el interrogante: ¿quién es el verdadero estudian­te?, la respuesta deberá ser: el profesor.

El lema que inspire a todo profesor debería ser: "Seré el estudiante ideal que mis alumnos puedan emular". Y aquél que lo entienda habrá reconocido, en verdad, su deber. El docente debe bajar hasta el nivel del alumno y si no lo hicie­ra así y continuara enseñando, mejor no imaginar el destino del alumno.

Esto representa el proceso denominado "descendimien­to". Ello no significa bajar de la cima al llano, sino única­mente el aceptar el nivel de la persona que ha de ser benefi­ciada. El bebé que gatea no puede saltar para subir hasta los brazos de su madre cuando ella le habla. La madre, por su parte, no se detiene a pensar: "yo soy una persona adulta y no puedo rebajarme agachándome", ya que si lo hiciera no merecería ser madre. El inclinarse no empequeñece a una persona. Así, tampoco el docente se estaría rebajando al descender hasta el nivel del alumno para enseñarle. Ello no representa más que una elogiable señal de amor.

En la actualidad son muchos los profesores que han caí­do en el hábito de decir: "Y bien, he preparado para hoy una lección sobre un tema y mi deber es dictarla... De modo que la expondré y luego me podré marchar". ¿Habrán entendido claramente los alumnos? ¿Qué tema es el que corresponde tratar, en qué forma y con qué método? Estas son cosas que no parecen preocuparles. Por otra parte, el docente deberá tener cuidado de comportarse de la misma manera en que aconseja a sus alumnos que lo hagan. Si a éstos se les hace aprender sus lecciones con amor, su reverencia por el profe­sor se hará más profunda. Cada docente debería empeñarse en estimular el desarrollo integral de los alumnos. Deberán expandir su propio corazón por medio del amor y no desper­diciar los años de su vida buscando promover sus propios intereses.

Un profesor no deberá cultivar rasgos que causen divi­sión. Los eruditos y los sabios de antaño trataban con igual afecto a sus hijos que a sus discípulos. Hoy, en cambio, ya no tenemos la confianza en que nuestros docentes posean esta naturaleza. Cuando el hijo del director está respondien­do un examen en una sala, no se le pedirá al director mismo que se haga cargo de la vigilancia en ella, por temor a que le indique las respuestas correctas a su hijo, para ayudarle a sacar las mejores calificaciones. Sin embargo, en las ermitas de antaño nadie habría temido que el gurú mostrara alguna preferencia o parcialidad por alguien. En la actualidad, la co­rrupción se ha infiltrado en los pensamientos, palabras y ac­tos a todo nivel, y de ahí que se tomen estas precauciones. Los profesores deben adoptar la práctica de purificar sus emociones, como para que puedan optar al estado y a la au­toridad moral de gurús. El verdadero gurú deberá guiar a sus discípulos hacia una vida digna y feliz. Y el verdadero discí­pulo habrá de responder con entusiasmo y veneración.

Los profesores son responsables por la naturaleza, la ca­lidad de las actividades y el carácter de los estudiantes, puesto que su saber y su autoridad dejan impresiones pro­fundas en la juventud. Ello hace que deban apartar de sí todo tipo de engrandecimiento egoísta y de manipulación polí­tica, manteniendo únicamente la iluminación espiritual como ideal de vida. Todos los miembros de un cuerpo docente de­berán convivir y relacionarse como hermanos. Los alumnos se dan claramente cuenta de las rivalidades o diferencias que se producen entre sus maestros. Cierto es que las dife­rencias resultan inevitables; sin embargo, también pueden llegar a ser útiles. En todo caso, no deberán llegar a envene­nar las relaciones mutuas como para convertirse en obstácu­los al progreso de la institución y afectar de manera adversa los procesos de la enseñanza y el aprendizaje. En estos cam­pos, los docentes siempre deberán consultarse entre ellos y cooperar con los demás.

Tampoco entre los estudiantes encontramos ya ese espí­ritu de unidad de propósito y de cooperación fraternal que se daba antes. Tanto el escuchar a los sabios como la compañía de los buenos y piadosos se ha vuelto una rareza y se han de­bilitado el amor mutuo y el anhelo por la buena compañía. "A tal gobernante, tal súbdito", reza el proverbio, y podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que resulta igualmente verí­dico el decir: "a tal profesor, tal alumno". Ello hace necesario que los profesores se empeñen en pensar de manera elevada y empapen sus vidas en el renunciamiento. La persona ex­perta en química o en física puede que no lo sea tanto en bio­logía como el especialista en este ramo, pero ello no significa que ambos no puedan colaborar amigablemente. Porque, cualquiera que sea la especialidad de alguien, deberá domi­nar también la ciencia del espíritu, la ciencia que lleva hasta la verdad última.

En el Centro de Investigaciones Atómicas dije que todo lleva en sí una energía latente: la tienen tanto un pedazo de papel como uno de tela. Cuando se agota esta energía laten­te, el resultado es la muerte. Cuando la energía se hace ple­na, se produce el nacer. Sath-Chith-Ananda es energía. No­sotros (Sath) somos (Chith) felices (Ananda). La energía lo es todo y la energía proviene de Dios. Esto constituye la ba­se misma del hombre. Ahora nos hemos dedicado a levantar superestructuras en cualquier parte, menos sobre la base misma. Se ignora al Divino Principio Fundamental. Nos sentimos fascinados por temas y estudios que prometen alimen­tar nuestros estómagos y hacernos felices y poderosos en lo material. Mas la dura verdad es que Dios está por debajo de todo. El hombre debe conocer ya sea la verdad suprema del Ser Unico tras todo el devenir o, al menos, la verdad práctica del amor y la hermandad.

Estos dos extremos representan los límites que la educa­ción debe tener presente: el punto de partida y la meta final.

 

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