Para cultivar un terreno, el campesino trabaja larga y duramente. En primer lugar tiene que ablandar todo el terreno. Luego debe ararle, sembrar las semillas y regarles con regularidad. Después, lo plantado tiene que crecer hasta cierta etapa, y para fomentar esto, él necesita utilizar fertilizantes y quitar las malas hierbas a intervalos regulares. Sólo al cabo de todo esto podrá llevar a casa los nutritivos granos. Esto es exactamente lo que debemos hacer con nuestros corazones. El corazón es como un terreno a cultivar, y debemos cultivarle con sumo cuidado y atención. Debe ser regado con el agua del amor. Usando el arado de la indagación, hay que ararle y sembrar la semilla del nombre de Dios, y luego vigilar muy atentamente, usando el cerco de la precaución y el cuidado. Hay que protegerle desinteresadamente, para así recibir el fruto del amor. |
- Divine Discourse, 'My Dear Students', Vol 2, Ch 9, Feb 24, 2005. |